En la recámara de la hacienda Santtorini, el aire estaba espeso con el aroma almizclado del sexo y el sudor. Joseph yacía desnudo sobre las sábanas revueltas, los músculos de su torso tensos y brillantes. La mujer a su lado arqueaba la espalda con un gemido gutural, instándolo a seguir con más fuerza. La cama de hierro negra rechinaba y golpeteaba contra la pared al ritmo de sus embestidas."¡Isabell, no puedo sacarte de mi mente ni por un instante!" pensaba Joseph frenéticamente mientras se hundía en la mujer anónima. La imagen de Isabell, la mujer que realmente deseaba, bailaba detrás de sus párpados. La ira lo consumía al imaginarla en los brazos de ese farsante, Dominic Romanov. "¡Siento tanta rabia, me duele verte con ese payaso! Algún día serás mía, de la forma que anhelo."Cuando finalmente terminó, rodó sobre su espalda, la piel perlada de sudor. La mujer yacía inmóvil, con una expresión saciada en su hermoso rostro. Joseph se incorporó, pasándose una mano por el cabello oscu
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