Don Gabriel, enfadado, apartó bruscamente a Manuela. —Dije que si querías abrir una empresa, te daría dinero para hacerlo. Pero desde que la empresa abrió, no has ido ni una sola vez. ¡Ahora quieres ir a cuidar al hijo de otra persona!Manuela, sintiéndose agraviada, se le llenaron los ojos de lágrimas. —Abuelo, mañana iré a la empresa, por favor, no te enfades...Don Gabriel exclamó indignado: —La leucemia de Leo, ya sea que viva o muera, no tiene nada que ver contigo.Manuela, con lágrimas en los ojos, le suplicó: —Abuelo, te lo ruego, déjame ir a verlo, no puedo soportarlo.—¡No!— Don Gabriel mantuvo su postura firme, —No hay espacio para discutir este asunto. A partir de mañana, dirige la empresa como se debe, ¡y no te atrevas a buscar a ese chico!Después de decir esto, Don Gabriel se levantó con furia y salió airado del dormitorio de Manuela. Cuando la puerta se cerró de golpe, la expresión en el rostro de Manuela se volvió gradualmente maliciosa.«¡Este viejo terco, sigue da
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