Ninguna bestia nos volvió a atacar mientras nos devorábamos unos a otros. Karim me levantó en sus brazos, todavía besándome. Sentí su dureza en mis muslos y esta vez me hizo gemir de anticipación, mientras mi humedad rogaba por ser llenada. Me llevó hacia un gran árbol mientras seguíamos besándonos.Cuando nos alejamos, ambos estábamos sin aliento.—Oh, Atenea, realmente eres tú —susurró y colocó su cabeza en el hueco de mi cuello—. ¿Por qué me destrozaste así?—Lo siento —fue todo lo que pude decir. Pero sabía que me disculpara o no, ya estaba perdonado.—Casi me vuelvo loco —gimió en mi cuello—. Pensé que me odiabas.Este hombre acaba de derrotar a un ejército de bestias sin ayuda y sin defensa y aquí está en mi cuerpo sonando todo suave y herido. Nunca pude entenderlo. Bajó, conmigo todavía sobre él, y me hizo montar a horcajadas sobre él. Me recordó el primer día que tuvimos sexo y me hizo preguntarme por qué diablos no me mojé ese día.Sentada sobre él ahora, mi humedad se desliz
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