BENJAMÍN— Algunos eran muy traviesos y otros más tranquilos. Con sólo tocarles la mitad de la pierna, ¡se evaporaba toda santidad! — Me atrevo a decir, acercando mi boca a su oído. — ¿Sabes qué tenían todas en común?Ella no responde, no contesta, pero sus ojos suben a los míos deseando la respuesta.— Cuando vinieron... — La veo tomando aire, llenando su pecho de oxígeno. — Vinieron gritando mi nombre. Pedían más a pesar de estar llenos de...— ¡Basta! — me bloquea en el mismo segundo en que cambia el color de sus ojos a rojo.Me canso de su rabieta infantil y me aferro a ella, haciendo que sus nalgas se expresen en la pared, mientras toda mi estructura presiona su cuerpo por delante.Nuestros cuerpos se pegan y nuestros sexos se dilatan de deseo, sin tener a donde huir.— B— Benjamin, ¡no estamos solos! — me recuerda.— Mírame a los ojos, Mila. Mírame a los ojos y dime que no sientes lo mismo por mí. Dime que no me quieres. ¡Di que ya no quieres nada conmigo!— La... la... oficina.
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