En la quietud de la noche, los sentidos de Dylan se agudizaron, y pudo deducir que el sonido parecía haber venido de la parte trasera de la casa, cerca de la sala de estar. Voló escaleras abajo y al llegar a la sala, vio que una de las puertas dobles de cristal que daban al jardín estaba rota. Fragmentos de vidrio estaban esparcidos por el suelo, brillando con un reflejo plateado bajo la luz que se colaba desde el jardín. Cerca de la puerta, vio un sobre, pero antes de que pudiera inspeccionar, un movimiento en el jardín atrajo su atención. Corrió hacia las puertas rotas, descalzo, y sin importarle los fragmentos de vidrio que se clavaban en sus pies. —¡Eh, detente ahí! — voceó cuando en la distancia vio una figura vestida de azul oscuro, de la persona que estaba corriendo, pero Dylan fue más rápido y la alcanzó; la agarró por el hombro, obligándola a darse la vuelta. —¡Cintia! — exclamó, asombrado.La mujer asintió con la cabeza en respuesta. Dylan, aún asombrado, la sujetó del a
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