El sol se ponía en el horizonte, los rayos dorados penetraban las nubes con un brillo deslumbrante. Alejandro, exhausto, se sentó en el asiento trasero del lujoso auto que se dirigía a Villa Mar. —Señor Hernández, ya he manejado esas cuentas que difamaron a la Señora, ya les he suspendido las cuentas y les he enviado cartas de abogados. Eso debería ser suficiente para detenerlos. Pero en cuanto a la información de la boda, no podemos eliminarla, eso es un problema muy difícil —dijo César con una expresión preocupada. Alejandro miró por la ventana con una mirada sombría. En el camino, tuvo muchas ganas de contactar a Irene, pero recordó que su última conversación terminó mal y esta vez tendría que hablar con ella a través de Diego, lo que lo hacía sentir un poco avergonzado. E incluso si la llamara, ¿qué podría decir? ¿Disculparse por lo que pasó hoy? No podía decirlo, pero sentía como si una piedra gigante estuviera presionando su corazón, dificultándole la respiración. Cuando el R
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