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Con destreza criminal, Úrsula desconectó los sistemas de emergencia y sobrecargó los circuitos principales. Insertó un dispositivo en el panel central, programado para activarse tras diez minutos de transmisión en vivo. Sus uñas rojas, afiladas como garras, ajustaron un cable suelto cerca de un extintor vacío…—”¡Arderán como cucarachas!..”, —susurró, dejando caer la botella de líquido detrás de un cortinaje. Al salir, se ajustó el velo y susurró al aire: —¡Bueno Mauricio ahí está lo que querías! Mientras Úrsula se regocijaba dándole forma a su plan ardid, Barry Sugma el detective privado de Rubén Santillano o Fred Limver, sigue encorvado sobre su moto, observando a Reishel desde una esquina del estacionamiento. Su teléfono vibró: —Jefe, Reishel está parada en la acera del frente de las Torres TDK… Parece que tiene intenciones de entrar en el evento —informó, mordisqueando un chicle. Rubén Santillano contuvo la respiración. Las Torres TDK en este día auspicia a su gente querida,
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Una luz en medio del caos
El grito de Reishel resonó entre los escombros humeantes mientras el cuerpo de Úrsula se estrellaba contra el pavimento. La multitud enmudeció, algunos cubriéndose los ojos, otros grabando con sus teléfonos el macabro espectáculo. Reishel, cubierta de ceniza y con lágrimas limpiando surcos en su rostro, se tambaleó hacia atrás, repitiendo entre sollozos: —¡Lo intenté… Quería salvarla, pero me odiaba tanto que prefirió morir…! Un bombero, con su cara ennegrecida por el humo, la tomó de los hombros con firmeza. —Lo sé, amiga. Todos vimos lo que hiciste. Fuiste valiente—dijo, intentando transmitirle calma con su voz ronca. Antes de que Reishel pudiera responder, unos brazos fuertes la envolvieron. Mauricio, con el traje desgarrado y el cabello revuelto, la estrechó contra su pecho. —No fue tu culpa, amor. Hiciste lo que pudiste—susurró, acariciando su cabeza mientras ella se desmoronaba. El mundo pareció detenerse en ese abrazo. Reishel, agotada, permitió que la guiaran hacia
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Cielos de Perdón y Nuevos Comienzos. 
El salón de la notaría, un espacio rectangular con paredes revestidas de madera noble y retratos con juristas históricos, estaba impregnado de una solemnidad que contrastaba con los rayos de sol matutinos que se filtraban por los altos ventanales. La luz danzaba sobre el suelo de mármol, iluminando motas de polvo que flotaban como partículas de nostalgia. Reishel, vestida con un sencillo vestido azul marino que recordaba el océano al atardecer, entró del brazo de Mauricio, quien también lucía muy elegante . Detrás, Amapola, caminaba con pasos meditativos, mientras Marisol, su amiga de infancia, sostenía un rosario entre sus dedos temblorosos. Al otro lado de la mesa de roble, Kathlyn —en silla de ruedas, con una manta cubriendo sus piernas— mantenía la mirada baja, fijándose en las vetas de la madera como si buscara respuestas en sus grietas. Lorenzo, con traje y corbata azul ajustaba el cojín tras su espalda con movimientos meticulosos, evitando que su mirada se cruzara con la de Re
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