Parado frente a ella su corazón latía muy fuerte, no sabía para qué había ido a buscarlo, pero se lo imaginaba, la noticia si le había llegado.—Hola, Gabriel.—¿Qué quieres, María Teresa? —preguntó altivo.—Tenía que verte.—¿Para qué?—Te he extrañado mucho... —casi en un susurro con los ojos líquidos y llenos de pasión—. ¿Tú no me has extrañado? Esperé todo este tiempo hasta que estuvieras más calmado.—Yo siempre he estado calmado, María Teresa, y no tengo ningún tema que hablar contigo, así que, si eres tan amable apártate de mi coche, tengo cosas que hacer —ordenó sin expresión en el rostro.—Por favor, Gabriel —suplicó— dame solo unos minutos, yo aprendí mi lección, cambié.—No me importa sí mudaste la piel como la víbora que eres, no es asunto mío —Gabriel trataba de mantenerse frío ante aquella situación, no quería flaquear ante la tentación de la mujer que deseaba ni tampoco demostrarle que su presencia le afectaba, activó la alarma de su coche quitándole el seguro a las pue
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