La mañana nublada, húmeda y helada, le dio la bienvenida pocas horas después. Como los últimos días, Neta-lee había seguido su rutina sencilla; bañarse, vestirse y salir sin preámbulos camino al cementerio. Deteniéndose solo por un momento, en una pequeña floreria antigua y anticuada, para comprar un ramo de flores. Pasó gran parte del día sentada en el banquillo frío de concreto y, para cuando la tarde llegó, tomó sus cosas y se encaminó a casa con el mismo sentido vacío y ese sentimiento de cansancio continúo. Caminó envuelta en su abrigo gris, hundiendo las manos en los bolsillos y la nariz en la bufanda roja, escapando de la fría brisa mientras atravesaba la calzada ensombrecida por los edificios que no dejaban pasar los repentinos rayos del sol vespertino. El cielo ahora se mostraba más despejado, con revoltosas nubes blancas y otras grises salpicadas, pero con un fuerte y enorme sol que había aparecido tras ellas cuando llegó el medio día. Cuando volvió a su piso tranquilo,
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