Había pasado veinticuatro horas en mi habitación llorando hasta que mi cuerpo se quedó sin liquido. Sabía que este día llegaría pero aún así, no hizo que doliera menos. El pecho me ardía, desde que estuve en su casa y no dejaba de dolerme...temía que no dejara de dolerme nunca. Sólo me quedaban los recuerdos del que fue mi único amor y tenía que atesorarlos en mi memoria y vivir en desdicha toda mi vida. Nunca creí que llegaría a conocer el amor verdadero, al menos tenía el privilegio de decir que una vez amé y fui amada. Pensar en eso fue lo único que logró consolarme. Aunque por momentos deseaba no haberlo conocido nunca. No haberlo visto jamás, no dejar que esto llegara tan lejos. Porque cuando te quitan algo que no conoces, no lo extrañas, sólo lo añoras. La palabra amor ni siquiera estaba en el vocabulario real, los matrimonios eran por conveniencia y con el único fin de hacer un heredero. Pero ahora que sabía lo mágico que se sentía amar, el dolor era más abrumador. Era có
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