Un grito tras otro, la mecía, la alimentaba, pero nada estaba bien. Preocupado por la negativa de su hija a usar el biberón, una vez más empezó a quemar neuronas. La última vez, había tenido una opresión en el pecho por ella, por su pequeña que no estaba bien. Charlotte era su vida, y si esa niña se enfermaba, él también lo haría. De un lado a otro, con ella en sus brazos, el llanto solo aumentaba. La puso en su cuna y cruzó la habitación, presionando su frente contra la pared y tratando de imaginar lo que podría hacer. Ni siquiera el pediatra pudo complacerla con las diversas fórmulas lácteas, entonces, ¿qué podía hacer? No hubo respuesta, hasta que se abrió la puerta de la habitación en el vest&ia
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