31. Premonición
«Te revuelcas con un riquillo, vives como una aristócrata y a mí me abandonas y me dejas en la miseria sin importar mi suerte, eres una desgraciada, una malnacida, una malnacida. Oyó gritarle. —Pero esto te va a costar, me voy a cobrar tu abandono, y tu indiferencia ‘donde más te duela’, me escuchaste bien. Entonces sacó su enorme objeto. Alondra abrió los ojos sorprendida al reconocer lo que durante muchos años la lastimó. Tragó saliva con dificultad, comenzó a dar pequeños pasos hacia atrás, hasta que cayó de sentón sobre ese viejo sillón en el que muchas noches fue golpeada. Doña Luisa levantó la mano sosteniendo la gran vara, mientras ella trató de protegerse el rostro, inclinándose cubriéndose con sus piernas, gritó tan fuerte como pudo, cuando sintió el primer golpe, volvió a hacerlo al llegar a ella, el segundo: —Ernesto, por favor ayúda
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