El par de ojos se vieron por algunos segundos hasta calmarse. Albert sabía que debía controlarse o la tomaría ahí y, entonces, la perdería para siempre.La volvió a besar, tímidamente, sobre los ojos, sobre la boca. Suave, para aliviar su llanto y calmar la tensión en su espalda. Después la levantó. Tenía el cabello frío, con pequeñas gotitas de agua helada escurriendo sobre su cara. Su frágil cuerpo, delgado pero hermoso, temblaba. Tal vez, no solo por el frío de la noche, pero por los delicados dedos de su esposo navegando su cara, su cuello. Norah no dijo nada, dejó que el hombre la tocara y se la llevara, ya no le importaba a dónde. Incluso si la encerraba en un calabozo le daba igual. Solo esperaría el momento adecuado para escapar y buscar a su madre. Después vería qué hacer. Cuando Albert abri&oac
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