Aún después del almuerzo, tengo el corazón acelerado por la charla con Ernest. Jamás creí que pudiera tener los cojones para hablarme así como si él fuera el ofendido, como si yo hubiese sido la que mintió todo este tiempo, la que le vendió sueños y pajaritos en el aire a una desconocida en Canadá.Y él viene con sus palabras, baratas con su sentimentalismo, haciéndome creer que en verdad le importo, que está preocupado por mí, que le duele lo que me suceda, pero es pura mentira. Ya no voy a creer. En ninguna de sus absurdas palabras.Por mí, puedo ir al infierno y a su familia se la puede llevar el demonio.Aunque Timotheo me escribió en la mañana para vernos y almorzar, le dije que no quería volver a hablarle en toda mi vida y voy a sostener esto hasta que me sienta capaz de perdonarlo, porque a la larga, esa rabia y ese odio sol
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