PRÓLOGO. La miré con atención, somo siempre lo he hecho. Admirando su belleza, impregnándome ese delicioso aroma que desprende. Indicándome solo una cosa, gritándome solo una palaba, Mía. Su semblante no es el de siempre, está enojada y lo sé. Está triste y lo sé. Se está rindiendo y eso, también lo sé. Porque ella lo ha dado a entender, con cada oportunidad que busca y no obtiene nada. Pero lo peor de todo, es que yo podría mejorarlo todo, hacer que deje de sentirse como lo hace, que sus ojos vuelvan a verme con el brillo que solían hacerlo, que me abrazará como solía hacerlo y que yo fuera la primer persona que buscara cuando algún problema le surgía como solía hacerlo, y no ser una extraño para ella como ahora lo soy. Mis ojos recorren su bello rostro, sus labios suaves y rosados, las pecas sobre su nariz, sus delicadas cejas, las mejillas sonrojadas y finalmente los pozos azules que me ven con intensidad. Mis manos pican por tocarla, por encerrarla entre mis brazos y olfate
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