Sus besos fueron lentos y desconfiados al principio. Pero luego fue él, el que tomó mi brazo con fuerza y se puso encima de mío. Buscó mi lengua y me besó apasionadamente. Sus manos recorrieron mis brazos y luego mi espalda, de mi espalda pasaron a mi cintura, de mi cintura a mis pechos y de nuevo a mis brazos. Sostuvo mi rostro con una mano para no dejarme ir. Su rodilla yacía en el espacio que quedaba entre mis piernas, con la que luego presionó contra mí dejando salir un leve gemido. Nuestros besos se hacían cada vez más intensos pero el sonido de la lluvia de fondo los apaciguaba. En un arrebato de calor se quitó la camisa y la lanzó lejos. Fue un acto que duró solo un segundo, pero pude ver al hombre más sensual del mundo encima de mí mostrando su trabajado cuerpo. Y no dude en tocarlo. Hizo una onda con su cadera para llegar hasta mi vientre.
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