Adrián estaba pálido. Sus ojos se abrieron de par en par como cortinas en un día soleado, su respiración se volvió errática y su cuerpo estaba pesado. Sabía que Analía estaba muerta, él mismo la vio caer al suelo mientras se ahogaba en su propia sangre. Sin embargo, ahí estaba ella con el vestido del día de su boda y sus luceros tan radiantes como unas gemas. Sacudió su cabeza y se dio cuenta de lo que realmente estaba pasando. Ella no era Analía, era su omega Hana, la persona de la cual se enamoró de nuevo y que le había vuelto a abrir los orbes para darle de nuevo una oportunidad de amar, más ahora que ella que llevaba en su vientre a sus dos cachorros. Adrián observó cómo el cuerpo de Hana temblaba del miedo de lo que sea que podía hacer ese demente. Se acercó con paso suave hacia él, pero Joaquín movió su cabeza c
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