Prajna se quedó callada, pero sus ojos que miraban a Jay eran tan afilados como una espada que pudiera atravesar una placa de acero. Era como si pudiera ver a través de las mentiras de Jay.

El Señor Ares tampoco se sentía culpable. Su apuesto rostro revelaba un rastro de él subestimando tranquilamente al enemigo.

“Señor Ares, mi Maestro Inmortal es un gran adivino. Será mejor que no lo engañes, ya que tiene mal carácter. Si tratas de engañarlo, te disciplinará. Siempre has sido indiferente, Señor Ares. Me temo que no querrás avergonzarte delante de todos”, dijo Prajna.

Las oscuras pupilas de Jay brillaron con una tenue luz fría, y la mirada de sus ojos parecía insoportablemente arrogante.

“¿Quieres disciplinarme?”. ‘Eso no va a ser fácil’, pensó Jay.

Miró ligeramente al sacerdote de túnica blanca y dijo: “Ustedes afirman que son sacerdotes inmortales, pero ¿cómo sé que son del tipo ortodoxo? ¿Y si solo son unos practicantes corruptos que imitan a los auténticos?”.

El rostro del s