El sol de la mañana apenas filtra su luz a través de las cortinas cuando Isabella se despereza en la cama. A su lado, Alexander duerme profundamente, su respiración pausada y el rostro sereno, como si por fin hubiera encontrado algo de paz en medio de tanto caos.
Isabella sonríe con ternura. La noche anterior había sido... mágica. Después de semanas de tensión, de miedos y secretos, por fin se habían dejado llevar por lo que sentían. Sin máscaras. Sin reservas. Solo ellos dos.
Pero la burbuja de felicidad empieza a resquebrajarse cuando el teléfono de Alexander vibra de manera insistente sobre la mesita de noche. Isabella parpadea, sintiendo un mal presentimiento. Alexander gruñe, dándose la vuelta, pero el sonido persiste.
—Voy a apagarlo —murmura, la voz ronca de sueño.
Cuando toma el teléfono y ve el nombre en la pantalla, su expresión cambia abruptamente. Su cuerpo se tensa como un cable tirante.
—¿Qué pasa? —pregunta Isabella, incorporándose en la cama, el corazón aceler