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Capítulo25 Desempolvando viejas rencillas, ¡qué falta de vergüenza!
—Almacén—dijo David con calma.

Faustino se estremeció. ¡Eran 3 millones de cuadros!

Miró la carta que tenía en la mano y murmuró: ¡La honra no tiene precio, la honra no tiene precio!

Cuatro horas después, el avión privado de Yaritza llegó a Montalaya.

Tan pronto como llegó a Montalaya, contrató veinte triciclos.

Cada triciclo llevaba pancartas, etiquetas y un megáfono atado, recorriendo todas las calles y callejones del pueblo.

—El gran hombre Escobar retribuye a los residentes del pueblo, ¡diseña casas gratis! ¡Y hay subsidios adicionales! ¡Te garantizamos satisfacción!

El padre de Yaritza, Daniel Escobar, se estableció en Montalaya hace seis años, se centró en obras benéficas y era un conocido filántropo en la región, ampliamente respetado.

—¡Yaritza, eso es asombroso!—admiró Ángel, —Montalaya tiene al menos varios cientos de hogares, si logramos obtener pedidos, nuestra firma de arquitectura subirá en la lista de rankings nuevamente.

—Para ser precisos, son mil cien hogares
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