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La maldición de los Batiosta
Cuando fuimos a retirarnos, volvió a entrar Susana y me detuvo mirando a Sahar de reojo, lo cual no me agradó.

—Rogel… deberías regresar a la casa principal… más ahora que tu esposa tendrá un hijo.

—No sé qué relación hay entre usted y ese señor, pero no se crea que por eso tiene algún derecho a pedirme que haga algo. Aléjese de mi vista, mientras más lejos, mejor.

Con eso salí de allí, sentí que iba a vomitar en cualquier momento. Era odio puro lo que sentía por esa mujer. Cuando era niño, ella y su madre me hicieron la vida un asco, jamás fueron buenas. No hablé en ningún momento y mi esposa solo me acompañó en silencio, lo cual agradecí. Al llegar a la habitación del hotel, la cual ya habíamos reservado la noche anterior, Sahar se dirigió directo al baño y, luego de refrescarse, salió envuelta en la toalla.

Disfruto de verla desnudarse ante mí y untarse su crema lentamente, para luego vestirse con su pijama, mirarme y mover sus cejas. En nada me estaba carcajeando y ella subiéndose
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