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Alfonso sujetó a Anahí con fuerza, apartándola de su madre como si intentara detener un huracán desatado.—¡Anahí, por favor, detente! —suplicó, con la voz cargada de incredulidad y miedo—. ¿Acaso te volviste loca?Ella lo miró con los ojos enrojecidos por la ira y las lágrimas contenidas, el rostro descompuesto por una mezcla de dolor, furia y traición.—¿¡Loca?! —gritó, sacudiéndose para liberarse de su agarre—. ¡¿Eso crees que soy?! ¡Están planeando usar a mi hijo como si fuera un repuesto! ¡Quieren que le saque el hígado para dárselo al tuyo! ¡¿Qué clase de monstruos son?!El rostro de Alfonso palideció. Dio un paso atrás, desconcertado.—¿Qué estás diciendo? ¡Eso no pasará! ¡Jamás permitiría algo así!Pero antes de que pudiera seguir hablando, Edilene cayó de rodillas entre ellos, con el rostro bañado en lágrimas, sus manos temblando mientras suplicaba.—¡Por favor, Anahí! —sollozó—. Por el pasado... por el daño que me hiciste... ¡Ayúdame! ¡Tú me robaste al amor de mi vida! Fuiste
El video se reproducía ante los ojos de Alfonso y Azucena.«En el video Edilene y Anahí se enfrentaban.—¿Y bien? ¿Qué se siente…?—¿Qué se siente qué?—Estar tan vacía, tan podrida por dentro, que tuviste que destruir a un niño para quedarte con un hombre.Edilene dejó de sonreír.—¿Perdiste la cabeza?—No —susurró Anahí—. Tú drogaste a Alfonso. Cambiaste los resultados del ADN. Admítelo. Ya no hay nadie aquí. Solo tú y yo.Edilene titubeó… pero luego sonrió como una serpiente.—Sí. ¡Sí, yo cambié los malditos resultados! ¡Ese niño sí es hijo de Alfonso! Pero tú… tú me robaste a mi hombre. Así que pagaste el precio. Y lo seguirás pagando.Anahí sintió que su sangre se helaba.—Eres una enferma… yo jamás me hubiera acostado con él. ¡Tú me drogaste! ¡Todo esto fue tu plan!—¡Sí! ¡Lo hice! Quería que te hundieras. Quería que Alfonso te odiara. Y lo logré. Nadie te va a creer, Anahí. Nadie.Anahí la abofeteó con toda la rabia de una madre acorralada.—¡Maldita seas! ¡Arruinaste la vida de
Anahí se detuvo en seco, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Freddy, aferrado a su cuello, la miraba confundido. Sentía el temblor en el cuerpo de su madre, pero no comprendía el miedo que ella experimentaba. Su inocencia no le permitía entender lo que estaba ocurriendo a su alrededor.Frente a ella, Edilene, desaliñada, con el rostro empapado de lágrimas, parecía haber perdido el control de sus emociones. La boca entreabierta, como si se hubiera quedado sin palabras, sus ojos reflejaban más desesperación que odio.Cuando sus miradas se encontraron, un silencio tenso se instaló entre ellas, como si toda la rabia y el sufrimiento de años de enfrentamiento se condensaran en ese único momento.—¡Quítate de mi camino, Edilene! —dijo Anahí, su voz quebrada pero firme—. No sabes lo que soy capaz de hacer para proteger a mi hijo.Sin pensar demasiado, la empujó con un movimiento rápido. Edilene cayó al suelo con un golpe sordo, pero no se quedó ahí. Su desesperación la impulsó a levan
Por primera vez, Anahí sintió que la mujer que tantas veces la había despreciado estaba de su lado. Azucena, la misma que solía juzgarla con frialdad, se había interpuesto entre ella y el caos, como un escudo humano. El sentimiento fue extraño, casi desconcertante, pero también reconfortante.Sin embargo, esa sensación no duró mucho.Un empujón inesperado derribó a Azucena. Alguien, presa de la confusión y la furia colectiva, la había tirado al suelo. Anahí soltó un grito que le brotó del pecho como un disparo.—¡No!Instintivamente, abrazó con más fuerza a Freddy. Su cuerpo temblaba, no solo por el miedo, sino por la impotencia. La situación había escapado de todo control. A su alrededor, teléfonos móviles se alzaban como si estuvieran en un concierto. Nadie hacía nada por ayudar. Solo grababan.Era como si su dolor hubiera dejado de ser real y se hubiese convertido en contenido. Un espectáculo para el morbo ajeno.Anahí se sintió completamente sola. Aislada en medio de una multitud q
Tan pronto como llegó la policía, Edilene fue arrestada. Su rostro se transformó en una máscara de desesperación: gritaba, lloraba, forcejeaba.—¡Yo no hice nada! ¡No he hecho nada malo! ¡Déjenme!Pero los agentes fueron tajantes.—Queda arrestada por intento de asesinato a un menor de edad —anunció uno de ellos mientras le colocaban las esposas.El murmullo de la multitud se extinguió de golpe. Un silencio denso cayó como una sábana húmeda sobre todos. Ahora no quedaban dudas. Edilene, esa mujer que había engañado a tantos, mostraba su verdadera cara.Algunas personas se acercaron a Anahí, con los ojos llenos de vergüenza, intentando balbucear disculpas. Pero ella no los escuchó. No podía. En ese momento, Alfonso era subido con urgencia a una camilla, su cuerpo ensangrentado, su rostro pálido. Todo lo demás se volvió ruido lejano.—¡Mi papi! —gritó Freddy, aferrado al brazo de su madre—. Se puso malito... Mami, no quiero que se vaya al cielo, aunque no me quiera... yo lo quiero...Las
Darina caminó hacia donde estaban sus hijos.Los observó en silencio durante unos segundos, sintiendo cómo su pecho se apretaba con ternura y tristeza al verlos jugar ajenos a lo que estaba a punto de ocurrir.—Niños, mamá, quiere hablar con ustedes —dijo en voz baja, intentando mantener la calma.Los pequeños se detuvieron y se acercaron con curiosidad, notando algo diferente en el rostro de su madre.—Mamá va a llevarlos a vivir a otra parte —dijo suavemente, arrodillándose para estar a su altura—. Vamos a vivir con su tía Anahí por un tiempo, ¿están de acuerdo?Hubo un breve silencio antes de que las caritas de los niños se iluminaran.—¡Sí! —gritaron al unísono.La más pequeña dio un saltito de alegría y dijo:—¡Sí quiero! Porque Freddy es de Rossyn, y yo lo quiero mucho, mucho.Darina no pudo evitar sonreír ante aquella inocente declaración, y una lágrima se asomó en sus ojos.—Bien —susurró—, entonces es hora de irnos.Mientras los niños seguían brincando y hablando entre ellos
En el hospitalAlfonso abrió los ojos de golpe. Su pecho ardía, el dolor era punzante, como si un hierro candente lo atravesara… pero no le importó.Su mente, desesperada, solo podía pensar en dos nombres: Anahí y Freddy.—¡Anahí! —gritó, incorporándose de golpe.Su voz rasgó el silencio de la habitación como una alarma.Su madre, que estaba sentada en una esquina del cuarto, se levantó asustada.—¡Hijo, por favor, tranquilízate! —suplicó, acercándose con ojos llenos de preocupación.—¿Dónde están Anahí y mi hijo? —jadeó, con la respiración agitada—. ¡¿Dónde están?!La mujer vaciló. Bajó la mirada, incapaz de sostenerle la vista. Sus labios temblaron antes de abrirse para pronunciar una respuesta que dolía más que cualquier puñalada.—No lo sé… Cuando llegué, ella estaba afuera. Me pidió que esperara a que despertaras… pero cuando salí, ya no estaba. La he llamado, Alfonso. La he buscado. Nadie me ha sabido decir dónde hallarla.El mundo de Alfonso se desmoronó. De pronto el dolor fís
Cuando Hermes llegó al departamento, lo primero que sintió fue un nudo en el estómago.La puerta estaba abierta, y dentro, el silencio era apenas interrumpido por un sollozo entrecortado. Al dar unos pasos hacia la sala, lo vio.Alfonso estaba tirado en el suelo, con la espalda recargada contra el mueble, los ojos vidriosos, el rostro desencajado. Sujetaba una botella de whisky como si fuera su único salvavidas. Lloraba con la desesperación de un niño herido, como si su mundo entero se hubiese hecho pedazos en un solo día.Hermes sintió una mezcla de furia y compasión. Se acercó de una zancada, le arrebató la botella sin decir palabra y la lanzó con fuerza contra la pared. El vidrio estalló en mil pedazos.—¡¿Qué carajos crees que estás haciendo, Alfonso?! —gritó, con el pecho alzándose por la rabia.Alfonso alzó la mirada, enrojecida por el alcohol y el llanto.—Joder… déjame en paz, Hermes —murmuró con voz rota—. No ves que estoy acabado… La mujer que amo se fue… Anahí se fue. No me