HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO ♥
—¡Elliot! —El grito desgarrador de Edilene partió el aire como un rayo en plena tormenta. Corrió hacia el pequeño cuerpo tendido sobre el asfalto, sus manos temblorosas apenas podían tocarlo por miedo a hacerle más daño.—¡No, no, por favor no! —sollozaba, sus lágrimas empapaban su rostro mientras intentaba hablarle al niño, que permanecía inmóvil, con la carita manchada de sangre—. Mi amor, mi vida… ¡Respira, por favor, respira!Un alarido aún más agudo la interrumpió.—¡Mi nieto! ¡MI NIETO! —Azucena apareció al borde del colapso, sus ojos horrorizados se clavaron en el pequeño Elliot. El tiempo pareció detenerse cuando cayó de rodillas junto al niño—. ¡Dios mío, no! ¡Él no!Las sirenas rompieron el silencio opresivo. La ambulancia llegó y los paramédicos se lanzaron al rescate.Colocaron a Elliot en una camilla, lo entubaron con rapidez mientras gritaban códigos entre ellos.Edilene no quería soltar la mano de su hijo.—¡Voy con él! ¡Soy su madre! —gritaba con desesperación, forcejea
—¡Mientes! ¡Elliot no es tu hijo! —rugió Edilene, con los ojos encendidos de rabia, como si el mundo entero le hubiera sido arrebatado en un solo segundo.Alfonso los miró a ambos, paralizado, como si acabara de recibir un disparo en el pecho. Su respiración era irregular. El caos se le había metido al cuerpo y no sabía en quién creer.—Alfonso, por favor… —suplicó Edilene, dando un paso hacia él—. Elliot es tu hijo. Hicimos una prueba de ADN. Salió positiva. No le creas a César, él no puede aceptar que lo nuestro terminó. Está desesperado… está mintiendo.Pero la mirada de Alfonso ya se había tornado oscura. No dijo una palabra. Solo se volvió hacia César con el rostro endurecido por la rabia contenida… y le lanzó un puñetazo directo al rostro. El golpe resonó como un latigazo.César cayó al suelo con un gemido ahogado, sujetándose la cara ensangrentada.Un murmullo de horror se esparció entre los presentes.Los guardias no tardaron en intervenir. Corrieron hacia el caos, tomaron a Cé
Alfonso salió de la oficina a toda prisa, su corazón latiendo con fuerza.Tomó su teléfono móvil y, con manos temblorosas, abrió la aplicación de correo electrónico.Escribió la dirección y la contraseña con una rapidez inquietante, casi como si temiera que el tiempo se le escapara.La pantalla cargó al instante, pero su mirada se detuvo en un lugar específico, como si algo lo llamara con urgencia.La carpeta de spam. Sin pensarlo, la abrió.Entonces lo vio. El video estaba ahí, como una revelación oscura que lo atravesaba con la fuerza de un rayo.Era ella, Verónica, en la pantalla. Sus ojos se abrieron de par en par, su respiración se detuvo y, con un nudo en el estómago, vio cómo Verónica admitía lo que había estado ocultando: Darina era inocente, y las verdaderas culpables eran ella y Alondra.El hombre sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies.Un mareo intenso le recorrió todo el cuerpo, como si el dolor de la verdad lo estuviera consumiendo desde dentro.Su rostro se tornó
El auto frenó de golpe frente a la comisaría.Hermes bajó con tanta prisa que sus heridas se abrieron un poco más. Le ardían los músculos, la sangre seguía secando bajo su camisa, pero el dolor físico no importaba. Nada importaba salvo una cosa. Darina.—¡Hermes, espera! —exclamó Alfonso, tratando de sujetarlo—. ¡Mírate! Estás hecho pedazos, no puedes ni caminar derecho.Pero Hermes no lo escuchaba. No podía. No quería. Darina estaba ahí dentro. Sola. Encerrada. Humillada por su culpa.Cada paso lo sentía como una puñalada, pero aun así los dio.Uno a uno, avanzando por ese pasillo gris como si fuera un túnel hacia su redención. Su corazón latía como un tambor frenético. No era solo preocupación… era miedo. Miedo a que ella no quisiera verlo. Miedo a haber llegado demasiado tarde.Al ingresar, el comisario los miró con visible incomodidad. Sabía perfectamente quién era Alfonso… y conocía demasiado bien a Hermes. Sobre todo, ahora que las pruebas de corrupción caían sobre él como una a
—Van a liberarte, Darina. Ya tengo la prueba de tu inocencia. Juro que… juro que ahora viviré solo para compensarte todo el daño que te hice… mi amor.La voz de Hermes tembló en el aire como una cuerda a punto de romperse.Frente a él, tras los barrotes que durante años la separaron del mundo, Darina lo miró. Al principio no dijo nada.Solo sus ojos se abrieron lentamente, sorprendidos… incrédulos. Una lágrima resbaló por su mejilla, dejando un rastro pálido en su piel desgastada.Hermes contuvo el aliento. Por un instante, creyó ver esperanza en su rostro… pero entonces, la línea de sus labios se curvó.Primero una sonrisa tenue, casi nostálgica. Luego una carcajada, seca, amarga, hiriente.—¿Ahora sí crees en mi inocencia, Hermes? —preguntó, su voz suave como una caricia... pero cargada de veneno.Hermes sintió un puñetazo invisible en el estómago.El remordimiento lo aplastó. ¿Cuántas veces Darina no le había rogado, llorado, suplicado? ¿Cuántas veces no se arrodilló, aferrándose a
Darina bajó del auto como si emergiera de un naufragio.El aire le quemaba los pulmones, su corazón golpeaba con fuerza salvaje, y cada paso que daba sentía que la arrastraba por un abismo. No podía permitirse colapsar. No ahora. No cuando sus hijos podían estar en peligro.Casi tropezó al seguir a Alfonso con pasos frenéticos, sus zapatos resonando en el suelo con una urgencia brutal.La puerta se abrió, y sin esperar una palabra, sin preocuparse por la cortesía, irrumpió en la casa como una ráfaga de viento en medio de una tormenta.—¡Niños! ¡Rossyn, Helmer, Hernán! —gritó con el alma en la garganta, la voz hecha pedazos por el miedo.Era el grito de una madre al borde de la locura.El eco de sus palabras apenas había terminado de rebotar por las paredes cuando tres pares de pies descalzos retumbaron hacia ella.Tres cuerpecitos cruzaron el pasillo como bólidos, como si el instinto les hubiera dicho que debían correr ante la voz de mamá.Cuando la vieron, se detuvieron de golpe.—¡Ma
Alfonso sujetó a Anahí con fuerza, apartándola de su madre como si intentara detener un huracán desatado.—¡Anahí, por favor, detente! —suplicó, con la voz cargada de incredulidad y miedo—. ¿Acaso te volviste loca?Ella lo miró con los ojos enrojecidos por la ira y las lágrimas contenidas, el rostro descompuesto por una mezcla de dolor, furia y traición.—¿¡Loca?! —gritó, sacudiéndose para liberarse de su agarre—. ¡¿Eso crees que soy?! ¡Están planeando usar a mi hijo como si fuera un repuesto! ¡Quieren que le saque el hígado para dárselo al tuyo! ¡¿Qué clase de monstruos son?!El rostro de Alfonso palideció. Dio un paso atrás, desconcertado.—¿Qué estás diciendo? ¡Eso no pasará! ¡Jamás permitiría algo así!Pero antes de que pudiera seguir hablando, Edilene cayó de rodillas entre ellos, con el rostro bañado en lágrimas, sus manos temblando mientras suplicaba.—¡Por favor, Anahí! —sollozó—. Por el pasado... por el daño que me hiciste... ¡Ayúdame! ¡Tú me robaste al amor de mi vida! Fuiste
El video se reproducía ante los ojos de Alfonso y Azucena.«En el video Edilene y Anahí se enfrentaban.—¿Y bien? ¿Qué se siente…?—¿Qué se siente qué?—Estar tan vacía, tan podrida por dentro, que tuviste que destruir a un niño para quedarte con un hombre.Edilene dejó de sonreír.—¿Perdiste la cabeza?—No —susurró Anahí—. Tú drogaste a Alfonso. Cambiaste los resultados del ADN. Admítelo. Ya no hay nadie aquí. Solo tú y yo.Edilene titubeó… pero luego sonrió como una serpiente.—Sí. ¡Sí, yo cambié los malditos resultados! ¡Ese niño sí es hijo de Alfonso! Pero tú… tú me robaste a mi hombre. Así que pagaste el precio. Y lo seguirás pagando.Anahí sintió que su sangre se helaba.—Eres una enferma… yo jamás me hubiera acostado con él. ¡Tú me drogaste! ¡Todo esto fue tu plan!—¡Sí! ¡Lo hice! Quería que te hundieras. Quería que Alfonso te odiara. Y lo logré. Nadie te va a creer, Anahí. Nadie.Anahí la abofeteó con toda la rabia de una madre acorralada.—¡Maldita seas! ¡Arruinaste la vida de