Ser el único

Manuel trató de calmarse cuando sintió que ella le golpeaba las caderas y se arqueaba en su boca. Estaba mojada y caliente, y estaba explotando en una ola de orgasmos con gemidos y gritos de absoluto placer.

Era suficiente para volver loco a cualquier hombre.

Sin descanso, él continuó hundiendo su lengua, no queriendo que ella se detuviera. Sus entrañas estaban tan húmedas y el sabor... por todos los dioses, era diferente a todo lo que él ha tenido. Era dulce y almizclado, y algo más que no podía identificar, algo más, sabía, que solo podía describir como una cosa... la de Carmen.

Con gusto lo probaría una y otra vez.

Su voz se estaba volviendo débil, probablemente debido al zumbido fuerte en sus oídos. No se pudo evitar. Solo creció más hambriento, más necesitado.

Ella era tan receptiva... Tan condenadamente sensible.

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