No me cabía la menor duda de que estaba sentada en este restaurante de lujo tratando de no sentirme completamente fuera de lugar mientras Hebert estaba haciendo alarde de su poder, su riqueza y su influencia sobre mí, y eso me molestaba muchísimo. Odiaba aún más cómo era capaz de darle la vuelta a la tortilla y hacerme quedar como una imbécil. Hubiera preferido reunirme en su oficina o en una cafetería en lugar de tener que disfrazarme y parecer que pertenecía a la élite de San Diego. Ahora mismo, yo era esa clavija redonda dentro de una caja cuadrada que siempre intentaba evitar. Estaba segura de que todo el mundo podía darse cuenta de que no pertenecía a este lugar. Al menos, estábamos en un comedor privado. No tenía ni idea de que existieran cosas así, lo que demostraba que no pertenecía al mundo de Hebert Weber.Estaba claro para ambos que no nos llevábamos nada bien. Al mismo tiempo, mis hormonas no podían evitar calentarse y excitarse al verlo. La habitación en la que estábamos
Las endorfinas del orgasmo aún volaban por mi cuerpo, y me pasé las manos por la cara mientras la magnitud e intensidad de aquel orgasmo me abrumaba. No era ningún secreto que me gustaba el sexo, mucho. Pero hacía mucho tiempo, si es que alguna vez lo había hecho, que no tenía un orgasmo que casi me hiciera caer de espaldas. La miré y vi que seguía revoloteando agitada.Esperando calmarla un poco, me acerqué a ella y puse mis manos sobre sus hombros. —Geraldine…Ella se zafó de mi agarre y se apresuró a colocarse detrás de su escritorio. —No puedo creer que hayamos hecho eso. Me he cogido a mi jefe, por el amor de Dios. —Por fin, levantó la vista y estableció contacto visual conmigo—. Esto no puede volver a ocurrir. Nunca.—Eso va a ser más fácil de decir que de hacer, ¿no crees? —No quería ser un imbécil, pero no parecía posible que ella y yo pudiéramos estar cerca el uno del otro y no tener esa química hasta el punto de acabar haciéndolo de nuevo.Sus cejas se fruncieron. —¿Qué q
Geraldine:No solo había tenido sexo con él, sino que había partido de forma activa igual o más que él. Y, aunque ahora podía ver lo malo y peligroso que había sido, en ese momento había sido maravilloso. Tanto que, por un momento, consideré aceptar su indecente propuesta. Si bien podía actuar de forma impulsiva a veces, generalmente no era imprudente. Pasar tiempo con Hebert tenía signos de peligro por todas partes. Era una imprudencia a la enésima potencia.Me puse de pie con las piernas temblorosas y ordené mi escritorio, recogiendo los bocetos que Hebert había esparcido por el suelo. Aproveché el tiempo para recomponerme mentalmente.Con los bocetos de nuevo en orden, me senté en la silla en un intento de volver al trabajo, pero fue imposible. La escena con Hebert se reproducía una y otra vez. En este mismo escritorio. Yo recostada sobre él mientras él empujaba una y otra vez dentro de mí. Pero no podía ir allí de nuevo. Ni en mi memoria, ni en la vida real.Decidí tomarme un desc
Geraldine:Estaba soñando o alucinando, porque el beso de Hebert era demasiado bueno para ser verdad. Aun así, iba a aceptarlo. Real o no, era fantástico.Enrosqué los dedos en su camisa y lo abracé mientras separaba los labios y lo invitaba a entrar. Él no dudó. Su lengua se deslizó dentro de mi boca, caliente, húmeda, deliciosa. Gemí, queriendo acercarme, queriendo tener más. Estaba dispuesta a desnudarme y entregarme a él a la luz de la luna toscana. Su mano bajó por mi espalda y me apretó ligeramente las nalgas. Presioné mis caderas hacia delante, deseando el contacto en mi centro adolorido. Su entrepierna era dura y larga, y mi excitación se disparó aún más. Me deseaba como yo lo deseaba a él.Me apreté contra él ansiosa por desnudarme, ya que su ropa, mi ropa, eran una barrera para mi necesidad de sentir su piel contra la mía. Gruñó y se separó. Dio un paso atrás, su respiración llegó en forma de pesados jadeos. —Lo siento.No, no, no. —No lo sientas. Está bien. —Di un paso ha
Me quedé congelada en las escaleras, el corazón me latía apresuradamente y sabía que la persona que estuviera afuera no tardaría en entrar y atraparme. Sabía que tenía que alcanzar mi teléfono, era un riesgo que había que correr y esperaba no tropezar en la oscuridad. Di unos pasos apresurados, en el mismo instante en el que la puerta principal se abrió de golpe y grité asustada.—¿Geraldine? —Al escuchar la voz de Hebert, caí de rodillas con alivio. —Maldición. —Golpeé el suelo en la oscuridad—. ¡Me has dado un susto de muerte!—Lo siento. Intenté no hacer ruido, pero tropecé con las macetas. Me temo que he roto una. —Encendió una luz y apenas fue suficiente para iluminar todo mientras se limpiaba los pies y entraba—. ¿Dónde estás?—Estoy en las escaleras. Pensé que eras un asesino.—Vi que se fue la luz en toda la zona mientras conducía. Solo tengo este absurdo llavero que alumbra muy poco. Me acerqué hacia su voz, mientras los relámpagos de afuera iluminaban su silueta.—Y mi lin
Geraldine:No estoy segura de qué me sorprendió más; Que acabara de tener sexo con mi jefe sobre mi escritorio o de que hubiera tenido sexo con Hebert. Sabía exactamente lo que me había impactado más: que acababa de tener sexo con Hebert. Definitivamente, podía ser de esas mujeres que tienen sexo esporádico sobre el escritorio de una oficina, pero no con Hebert. Nunca con Hebert. Y, sin embargo, lo había hecho.No solo había tenido sexo con él, sino que había partido de forma activa igual o más que él. Y, aunque ahora podía ver lo malo y peligroso que había sido, en ese momento había sido maravilloso. Tanto que, por un momento, consideré aceptar su indecente propuesta. Si bien podía actuar de forma impulsiva a veces, generalmente no era imprudente. Pasar tiempo con Hebert tenía signos de peligro por todas partes. Era una imprudencia a la enésima potencia.Me puse de pie con las piernas temblorosas y ordené mi escritorio, recogiendo los bocetos que Hebert había esparcido por el suelo. A
Hebert:Estaba escondido en la parte trasera de Dorell´s enfurruñado. Una vez más, bajé con la esperanza de encontrar a una mujer que me ayudara a alejar mi mente de Geraldine, pero como la noche anterior, no estaba teniendo suerte. Maldita sea.Tras cederle mi lugar en el reservado a otro pequeño grupo, me dirigí de nuevo a donde el equipo de seguridad vigilaba todos los aspectos del restaurante y del club por dentro y por fuera. Uno de mis hombres, Chuck, se fue para tomarse un rápido descanso para fumar y le aseguré de que ofrecería apoyo al otro hombre, George. Entre los dos que vigilaban la seguridad desde aquí y los cuatro porteros que tenía repartidos por el club y el restaurante, rara vez teníamos problemas en Dorell´s.—Parece que Jason Tellard ha vuelto esta noche —dijo George, con los ojos puestos en el joven playboy de la pantalla.—¿Está en libertad condicional? —pregunté. Jason era uno de esos jóvenes cuyos padres eran ricos y nunca le obligaron a ganarse nada en su vida
Geraldine:«Mala idea. Mala idea. Mala idea», corría como un cántico por mi cabeza. Pero no lo detuve. No pude detenerlo. Era tan condenadamente frustrante que me sentía impotente ante ese brillo depredador en sus ojos que me prometía un placer increíble más allá de mi imaginación. Y cuando se arrodilló y separó los labios de mi entrepierna con sus dedos, supe que, aunque podría arrepentirme más tarde, no me arrepentía en esos momentos.Su boca podía ser exasperante cuando hablaba, pero santo cielo, cuando lamía y chupaba mi clítoris era increíble. Al principio, parecía que se burlaba de mí, que jugaba con mi clítoris, y por muy magnífico que se sintiera, estaba demasiado excitada para que jugara al gato y al ratón.—Oh!... haz que me corra, Hebert.Agradecida que me escuchó. Vaya si me escuchó. En un instante, su lengua se introdujo en las sensibles paredes de mi entrepierna y luego tocó mi clítoris. Los fuegos artificiales estallaron en mi cerebro mientras el placer inundaba mi cue