51. Declaración

Ravenna

Mientras el avión aterrizaba suavemente en Shelton, una mezcla de emoción y expectativa recorría cada fibra de mi ser. Observaba por las ventanas los contornos familiares del paisaje que se desplegaban frente a mí, indicando que nos acercábamos a nuestro destino. Sin embargo, mis pensamientos estaban completamente absortos en Benjamin, quien permanecía a mi lado, sumido en sus propios pensamientos.

Volvimos a nuestros asientos unos 20 minutos antes del aterrizaje, y me maravillaba la claridad con la que él veía nuestra relación. Era notable cómo un hombre de su envergadura podía ser tan dulce, amable y paciente con todas mis inseguridades y traumas.

Al observarlo de reojo, no pude evitar sentirme cautivada por su postura confiada y serena. Había algo magnético en su manera de enfrentar cada situación, como si siempre supiera cuál era el siguiente paso a dar. Era como si hubiera nacido para liderar, para proteger, para amar. En ese momento, me di cuenta de que nunca antes había
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