Mediados de agosto
New York
Lance
Desde que volvimos de Washington, algo cambió. Mi madre reforzó la seguridad en todas partes: en la casa, la empresa, hasta en los autos. Dijo que era una precaución contra la mafia, pero nadie lo confirmó. Había algo en su tono… una sombra que no terminaba de irse.
Intenté seguir el caso de mi atentado, pero la policía me recibía con caras largas y evasivas, la misma frase repetitiva: “No hay avances” y lo más grave el caso se cerrará pronto por falta de pruebas.
Sin embargo, en casa, revisaba el papel que me dejó Hanz, pero las palabras parecían burlarse de mí: “Cuando todo se oculte tras el nombre, busca la llave que no abre puertas.” Miraba una y otra vez, tratando de encontrar sentido, cuando Karina entró con su teléfono en la mano, agotada.
—Ningún banco de Francia tiene registro de esa llave —informó mientras se dejaba caer en el sillón—. Llamé a Alemania, Suiza, incluso a Nueva York… nada, Lance.
Le pasé una mano por el cabello.
—Es como buscar