Los tres meses desde el matrimonio de Brianna y Maximiliam habían sido un verdadero infierno disfrazado de calma. La frialdad de Maximiliam no hacía más que aumentar, convirtiéndolo en una sombra distante, impenetrable. Si alguna vez había sentido una conexión con ella, ahora no era más que un recuerdo borroso. Paula, quien había intentado interferir en sus vidas y lo había pagado caro cuando Maximiliam le mandó cortar la mano, no volvió a cruzarse en sus caminos. Su ausencia era un alivio, pero también una advertencia sobre lo que podía suceder si alguien se atrevía a desafiar a Maximiliam.Fidel, por su parte, no se daba por vencido. A pesar de haber sido testigo de lo que le sucedió a Paula, su mente seguía ocupada en una sola cosa: recuperar a su ex esposa. Liz, la mujer que compartía su vida, comenzaba a agotarlo. Él lo sabía, y ella lo percibía. Fidel ya no la miraba de la misma manera. Quizás fuera la distancia emocional, quizás fuera la comparación que siempre rondaba en su ca
Maximiliam levantó en brazos a su esposa con una firmeza casi brutal, pero sus movimientos eran controlados, como si temiera romperla. Brianna no emitió ningún sonido, demasiado agotada por la adrenalina y el dolor que aún punzaba en su pecho. Su cuerpo, aunque herido, seguía siendo un templo para él. La llevó hacia el coche sin permitir que nadie más la tocara. Cada paso que daba estaba impregnado de ira contenida, una furia que amenazaba con desbordarse. Cuando terminó de acomodarla cuidadosamente en el asiento trasero, se volvió hacia su asistente, sus ojos fríos como el hielo.— Cierra la cafetería — ordenó, su voz tan afilada como una cuchilla —. Cómprala si es necesario... Y quiero que encuentren a esa basura que intentó lastimar a mi esposa.El asistente asintió rápidamente, sin atrever siquiera a preguntar nada más. Desde hacía mucho tiempo, él había sido testigo de la devoción que Maximiliam sentía por Brianna. El amor que le profesaba era tan intenso que a menudo rozaba la ob
— ¡Maldita sea!El hospital estaba sumido en una calma inquietante. Las luces en la entrada principal parpadeaban tenuemente, y el sonido distante de las ambulancias y las conversaciones susurradas de los médicos apenas rompían el silencio. En la penumbra, oculto entre los vehículos estacionados, alguien observaba. Sus ojos, llenos de rencor, no se apartaban de la puerta principal. Lo había intentado, había estado tan cerca de destruir lo que más valoraba Maximilian... su esposa. Pero el destino, siempre irónico, había jugado en su contra. Maldecía una y otra vez, con las manos apretadas en puños, mientras su mirada se clavaba en la entrada del hospital.«La próxima vez no fallaré» pensó con una furia que le quemaba el pecho.«Nadie arruinará mi plan la próxima vez.»Sus palabras resonaban en su mente como una promesa oscura y peligrosa. Había estado observando, vigilando cada movimiento de Maximilian durante meses, y ahora, mientras lo veía salir por esa puerta con aquel aire de supe
— Estoy feliz de que estés bien y espero Maximiliam pueda eliminar al causante. — Grecia estaba un poco menos molesta de lo que estaba antes de llegar a la clínica.— Dudo que él haga algo.El aire en la habitación del hospital era denso, cargado de tensión y sentimientos no dichos. Grecia, la madre de Brianna, estaba sentada al lado de su hija, sosteniendo su mano mientras la observaba con una mezcla de preocupación y amor materno. La luz tenue del atardecer se filtraba por la ventana, iluminando los rasgos cansados de ambas mujeres. Brianna, aunque todavía convaleciente, había recuperado algo de fuerza. Sin embargo, las heridas visibles no eran nada comparadas con las cicatrices invisibles que cargaba en su corazón.— Ángelo me ha llamado — dijo Grecia, rompiendo el silencio, su voz apenas un susurro.Brianna alzó la vista, sorprendida. Hacía tiempo que su madre y Ángelo no cruzaban palabra, y la sola mención de su nombre llenaba el ambiente de una tensión aún más palpable.— ¿Qué q
Maximiliam se giró hacia ella con pasos firmes y una expresión que Brianna conocía muy bien. Su mandíbula estaba tensa, y su mirada impenetrable parecía sostener todo un mar de emociones contenidas. Cerró la puerta detrás de él sin apartar los ojos de su esposa, quien permanecía sentada en la cama, recuperándose de sus heridas. El aire en la habitación se volvió denso, y Brianna sintió cómo su corazón se aceleraba ligeramente.— ¿Qué hacía Fidel aquí? — preguntó Maximiliam con voz grave y sin preámbulos, su tono era casi un susurro, pero cargado de intensidad.Brianna frunció el ceño, sorprendida por la pregunta. El nombre de su exmarido aún resonaba en su cabeza.— No lo sé — respondió con honestidad, aunque su tono denotaba una leve confusión —. Ni siquiera hablamos antes de que tú lo sacaras de aquí.Maximiliam dio un paso más hacia ella, su mandíbula aún más apretada, sus ojos oscuros clavados en los de Brianna.— No quiero que te acerques mucho a mi hermano — dijo, su voz áspera
El evento había comenzado con un aire de sofisticación y lujo. Fidel, en su mejor momento, caminaba con la cabeza en alto, rodeado de importantes figuras del mundo empresarial. Liz, a su lado, intentaba mantener la calma, aunque la tensión entre ella y Brianna era palpable desde que la vio entrar al salón. Era imposible no notarla: Brianna lucía despampanante, su vestido negro ceñido a la figura y una elegancia natural que la hacía destacar sobre el resto.Brianna sabía perfectamente lo que hacía al asistir al evento de Fidel. Estaba allí para recordarles, sobre todo a él y a su hermana, que no sería una víctima más. Con una copa de champagne en la mano y una mirada altiva, recorrió el salón como si fuera su territorio. A pesar de los murmullos a su alrededor, no parecía afectada, aunque sentía la tensión en cada paso que daba. Y entonces, en el preciso momento en que la incomodidad comenzaba a instalarse en el ambiente, Maximiliam apareció.Con la seriedad característica en él, Maxim
El ambiente en la sala se volvió sofocante cuando Fidel intentó retomar su presentación. Las miradas ya no estaban fijas en el escenario ni en los detalles técnicos del proyecto, sino en Brianna, Maximiliam y la inesperada tormenta que estaba a punto de desatarse. La tensión en el aire era palpable, y todos los presentes podían sentir que algo estaba fuera de lugar.Brianna, con una sonrisa fría, observó cómo Liz, desde su lugar, trataba de mantener la compostura. Fidel, por su parte, mantenía una postura desafiante, pero su ceño fruncido revelaba su creciente incomodidad.— No he firmado nada — declaró Brianna, su voz resonando en el salón como un eco.La declaración fue como un balde de agua fría. Todos en la sala parecían contener el aliento, esperando la reacción de Fidel. Él, claramente sorprendido, trató de disimular su desconcierto, pero era evidente que no había previsto esta respuesta.— Brianna — comenzó Fidel, intentando recuperar el control de la situación —, por favor, ha
No obstante, el beso fue interrumpido. Liz, que había estado al borde de la histeria todo este tiempo, finalmente explotó, más de lo que ya lo había hecho. Avanzó a zancadas hacia su hermana, su furia encendida como nunca antes. No podía permitir que se saliera con la suya.— ¡No puedes hacer esto, Brianna! — insistió en un grito, su voz temblando de rabia —. ¡No puedes destrozar todo por lo que hemos trabajado!Brianna, con calma calculada, se giró para enfrentar a su hermana. Sus ojos, antes cálidos, ahora reflejaban un abismo de desconfianza y amargura.— ¿Todo por lo que hemos trabajado? — repitió, saboreando las palabras con un tono venenoso —. Tú y Fidel me traicionaron. ¿Qué te hace pensar que no voy a hacer lo mismo? Además, no puedes usurpar un trabajo que no te pertenece. ¡Ah, cierto! Siempre he sido yo la que hacia los planos para ti.El jadeo del público, hizo que Liz se sintiera pequeña y avergonzad. Intentó avanzar, pero Maximiliam se interpuso entre ellas. El caos ya est