Por Rocío

Dios separó de mi vida a un hombre maravilloso, y aunque no le encontraba razón de ser, comprendí que tenía que resignarme a su ausencia, porque otra opción no tenía.

La soledad me embargaba.

Por eso estaba tantas horas en esas clínicas, no quería estar sola en mi casa, era demasiado grande, aunque la calidez estaba en cada detalle, tal como lo estaba en Gabriel, en sus actos.

No estaba totalmente sola en esa casa, tenía varias personas de servicio que no dejaban de mimarme, pero eran empleadas, no eran amigas.

Mi amiga… hasta a la amistad de Karen renuncie por él.

Estaba entrando a la clínica en donde había fallecido Gabriel, solía repartir el tiempo entre las dos clínicas más grandes, también existían media docena de edificios propios, en donde se atendían pacientes en los llamados consultorios externos, y en varias de ellas, se hacían estudios más complejos, pero todo era ambulatorio.

Se acercó la doctora que estaba el día en que falleció Gabriel.

-Buenos días doctora.

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