Malditos

Me di cuenta de que cumplía lo que me ordenaba sin pensarlo dos veces.

Cristian cogió un plato y lo empujó hacia mí, miré el plato y vi que habían tres trozos de tarta en él.

—Aquí. —susurró.

Me mordí el labio inferior y me giré hacia el otro lado.

—Come. —ordenó una voz ronca y profunda.

No podía entender por qué me hacían esto, ¿era un castigo por llegar tarde a las tareas? O fue porque ayer estuve a punto de caer y les mostré debilidad.

Con una mano temblorosa levanté lentamente un trozo de pastel.

Me agaché y le di un mordisco, el sabor era delicioso, pero no tenía ni pizca de apetito, me obligué a masticar mientras rezaba a la diosa de la luna para que todo acabara pronto.

Tragué, luego me moví un poco y miré hacia la puerta. Si me escapaba, Cristian no perdería tiempo en atraparme, no era difícil volver a intentarlo.

—Muévete un centímetro y de seguro te haremos daño. —dijeron los gemelos juntos. Si pretendían asustarme, lo habían logrado con creces.

Me llevé la mano rápidamente a la garganta mientras mi respiración empeoraba y empezaba a tener arcadas.

Cristian se levantó rápidamente y corrió hacia algún sitio.

Apoyé la cabeza en la mesa y traté de calmar mi respiración, pero esta empeoró.

Dos manos en mi espalda me hicieron tensar, tuve miedo de mirar hacia arriba, pero por alguna razón mi respiración se estabilizó lentamente.

—Toma. —dijo Cristian mientras colocaba un vaso de agua frente a mí.

Lo miré confundida, con muchas preguntas que pasaban por mi mente.

«¿Por qué demonios un Beta de alto rango correría hasta la cocina sólo para conseguir un vaso de agua para uno de bajo rango? ¿Por casualidad le gusto?»

Era difícil de creer, pero no imposible.

—Bebe. —susurró Cristian.

Estaba a punto de decirle lo agradecida que estaba y negarme, pero me detuve cuando las manos que frotaban mi espalda dejaron de moverse.

¿Cómo demonios sabían exactamente en qué estaba pensando? ¿Era yo tan evidente para ellos?

Levanté lentamente la cabeza y tomé el vaso de agua. Fruncí el ceño al notar que mis manos ya no temblaban, hace un minuto estaba asustada y quería salir corriendo, pero ahora me sentía tranquila y bien.

El hecho de que los dos alfas estuvieran a mi lado ni siquiera me molestó.

«¡Los Alfas!» —dije en mi cabeza y luego me levanté rápidamente.

¿Cómo podía estar tan relajada y olvidar que eran ellos los que me frotaban la espalda?

—Relájate, vas a derramar el agua. —dijo Cristian con una sonrisa.

Me mordí el labio inferior y le devolví la sonrisa. Realmente era un hombre amable. Cuando dirigió su mirada a los Alfas, su sonrisa desapareció.

—Oh... bueno... ya me acordé. Tengo que ocuparme de algunas cosas, quédate aquí por favor. —dijo hacia mí.

No podía creer que lo dijera en serio, seguro que estaba bromeando.

Estaba a punto de darse la vuelta cuando me apresuré a acercarme a él y le cogí la mano. Me miró con los ojos muy abiertos.

Mis acciones le sorprendieron no sólo a él sino a mí misma, por alguna razón olvidé las reglas de la manada y actué de forma estúpida.

Era un alto rango que merecía el respeto de cualquier rango inferior a él. Quise dejarlo ir, pero no pude. Elegí mil veces ir con él, en lugar de quedarme con los bastardos gemelos que me asustaban.

—Por favor, llévame contigo. —susurré suavemente mientras Cristian retiraba rápidamente su mano.

Por alguna razón parecía asustado.

—¡Aléjate de mí, por favor! —gritó con fuerza, luego se dio la vuelta y se alejó, sorprendiéndome.

Cristian era un hombre muy amable con todas las mujeres, nunca hubo un día en que levantara la voz contra una chica, no que yo supiera. Fue la primera vez. Así que realmente me sorprendió mucho que reaccionara así.

Me miré la mano y luego la ropa. ¿Era porque era un poco sucia, o porque era una Omega y eso le molestaba? El hecho de ser la primera en ser tratada así por él me entristeció. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Una silla fue arrastrada detrás de mí y me sobresaltó.

—Ven y siéntate. —Ordenó uno de los gemelos, casi gruñendo.

Con los ojos hacia al suelo, me giré incómoda.

Parecía enfadado.

Sabía que si me atrevía a huir o a desobedecerles, me matarían.

Me acerqué a la silla y me senté.

Era difícil estar en la misma habitación con los hombres que tanto despreciaba.

Me arrimaron un plato de comida, lo miré y se me revolvió el estómago. No podía entender lo que hacían, me sentía tan impotente y enfadaba que las lágrimas corrían por mis mejillas.

¿Intentaban matarme con comida envenenada o qué? ¿Por qué demonios estaban tan obsesionados con alimentarme? Eran alfas que podían elegir a cualquiera de la manada para intimidar. ¿Por qué me eligieron a mí en vez de a otros miembros de la manada? ¿Era yo una molestia para ellos?

Un fuerte gruñido me hizo cerrar los ojos mientras mi respiración se hacía cada vez más fuerte y se convertía en pequeños chillidos.

—Es inútil. —Uno de los gemelos susurró mientras se levantaba.

Me sorbí los mocos y me calmé, estaba segura de que se referían a mí, era la única inútil en la habitación.

—Tranquila. —dijo el otro en tono de advertencia.

—Maldita inútil. —El gemelo gruñó y pateó la silla mientras yo me estremecía y me tapaba la boca con la mano para contener un grito.

—Es patética y demasiado débil para...

Rápidamente apreté mis manos contra mis oídos.

No quería escuchar nada hiriente que pudieran decir. Por alguna razón me dolió mucho saber que era yo de quien hablaban.

El otro gemelo se levantó y me miró durante unos segundos, luego se dio la vuelta y subió las escaleras, seguido por su hermano.

Bajé débilmente las manos y me levanté.

Intenté con todas mis fuerzas no vomitar en el suelo.

Mis piernas cedieron lentamente mientras me arrastraba fuera del comedor entre lágrimas.

Echaba mucho de menos a mi padre, era el único que estaba a mi lado y me protegía de todo y de todos. Desde que murió, me han insultado y golpeado unas cuantas veces por contestar a los altos cargos mientras hablaban.

Se burlaron de mí por no ser tan estudiosa como el resto de las Omegas, la única amiga que intentó ponerse de mi lado y defenderme fue Eva. Era la única de toda la manada que me cogía de la mano cada vez que tenía ganas de llorar.

—Oh, mi querida Mina. —Me dijo y luego corrió hacia mí y me abrazó.

—¿Los guerreros te han intimidado? —preguntó en voz baja.

Me abracé a su vestido y sollozaba con fuerza. Si sólo supiera que los que me habían intimidado no eran los guerreros, sino los peores hombres, los alfas, los malditos gemelos alfas.

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