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—Vamos —dijo Francesco, atravesándola de la cadera.El calor de la mano masculina sobre su cintura se sintió como una marca inesperada, un punto de contacto que encendió una chispa de confusión en su pecho.Se instaló un silencio denso entre ellos, mientras ella, con la respiración apenas perceptible, intentaba descifrar el significado de ese gesto. Su mente, un laberinto de incertidumbres sociales, elaboraba teorías apresuradas. ¿Acaso era esta la norma tácita en los círculos opulentos, un lenguaje corporal que ella, ajena a sus códigos, no lograba interpretar? La idea de que existiera un protocolo secreto, una serie de comportamientos asumidos y entendidos por la élite, la hacía sentirse aún más fuera de lugar en aquel entorno fascinante e intimidante a la vez.Su propia historia, marcada por la ausencia de lujos y la lucha cotidiana, la había mantenido al margen de estas dinámicas, dejándola ahora a merced de suposiciones y con la única guía de una intuición inexperta en estas lide
Francesco era demasiado perspicaz para creer en la generosidad desinteresada. Sabía que aquella oferta de elegir sin costo alguno no era un acto de caridad, sino una estrategia calculada.El valor de las perlas que el traicionero Tobías le había arrebatado palidecía en comparación con la deslumbrante colección que ahora se extendía ante sus ojos.Esta abundancia, cuidadosamente custodiada, representaba una oportunidad tentadora, pero también una clara indicación de que Romanov buscaría resarcirse de alguna manera, tal vez exigiendo algo más que una simple compensación monetaria por la pérdida sufrida.La magnitud de la oferta sugería una contrapartida igualmente significativa, un precio oculto que Francesco tendría que discernir y evaluar cuidadosamente antes de dejarse llevar por la aparente fortuna que se le presentaba.—Son realmente bellísimas —murmuró Catalina, deslizando suavemente sus dedos sobre la superficie cristalina que las mantenía protegidas.—Así es, y aguardan el momen
La frustración y la rabia se apoderaron de Tobías Praga, que acabó estallando el vaso de cristal contra la pared, dejando fragmentos que se esparcieron como esquirlas de su fallida ambición. Su intento de engañar a Francesco había sido un fracaso absoluto con consecuencias nefastas.Las siguientes cuarenta y ocho horas se habían convertido en una tortura: una carrera contrarreloj en la que todos sus esfuerzos por colocar una parte del valioso lote de perlas y obtener la liquidez necesaria para saldar sus deudas con los diseñadores habían sido en vano.La red de contactos que creía sólida se había desmoronado ante la evidencia de su traición, y la perspectiva de enfrentarse a las demandas y la ira de aquellos a quienes había defraudado lo sumía en una desesperación cada vez mayor.El tiempo se agotaba y, con cada hora que pasaba, la soga de sus problemas financieros se apretaba cada vez más alrededor de su cuello.—¿Acaso se presentan dificultades en este edén? —inquirió Marta, detenién
—¡Catalina, levántate! —exclamó Francesco agitando suavemente el hombro de la muchacha—. Cata...El viaje desde Bielorrusia se había prolongado considerablemente, con dos horas más de vuelo de las previstas para llegar a Rusia. Francesco comprendía que la jornada debió resultar agotadora para Catalina, que no tenía experiencia en viajes en avión.—Despierta, mi niña —murmuró con dulzura, inclinándose sobre ella.Lentamente, Catalina entreabrió los ojos, aunque una sensación de profundo cansancio la invadió, como si un tren de carga la hubiera arrollado. Desde su partida de la isla Tiberina, no había descansado en una cama confortable, por lo que no le suponía ningún problema conciliar el sueño en el avión.—Permíteme seguir durmiendo un poco más —rogó Catalina con voz entrecortada, mientras intentaba acomodar su cuerpo adolorido en el mullido asiento.Francesco esbozó una dulce sonrisa al contemplar el rostro aniñado de la joven. Su tez lucía pura y fresca, sin ningún cosmético, lo qu
Francesco cerró los párpados, aspiró profundamente la fragancia singular que desprendía Catalina y se dejó envolver por ella en un ambiente mágico. Acto seguido, se apartó de ella de forma abrupta.Su presencia lo hechizaba y subyugaba de una manera tan peculiar y extraordinaria que lo sorprendía. Tal vez era prematuro aventurarse a definir ese sentimiento como amor, una emoción tan profunda y compleja.No obstante, durante las semanas transcurridas desde su último encuentro, la imagen de Catalina había invadido cada rincón de su mente, ocupando todos sus pensamientos, lo que demostraba una conexión mucho más intensa de lo que hubiera podido anticipar inicialmente.Para Francesco, Catalina era una aparición celestial, un ángel enviado desde lo alto con la misión tácita de aliviar las cicatrices que aún perduraban en su alma.Eran las dolorosas secuelas de un afecto no correspondido, heridas profundas e invisibles que solo el amor unilateral puede infligir en el corazón.Él conocía de
—¡Es una exageración de precio! —exclamó la joven Catalina, sorprendida por el precio del vestido que Lucía acababa de proponerle.—Considerando que eres una de las diseñadoras mejor pagadas que conozco, ¿te quejas por el importe? —replicó Lucía con una ceja ligeramente arqueada, denotando cierta incredulidad ante la reacción de su nueva amiga.Lucía se enfrentaba a un dilema silencioso, anticipando la dificultad de explicar a Catalina el destino de una parte significativa del dinero que recibiría por su trabajo.Parte de ese dinero estaba destinado irrevocablemente a saldar la deuda que aún mantenía con Francesco.Ese compromiso financiero, aunque tácito, permanecía firmemente grabado en su memoria, y sentía una profunda gratitud por el hecho de que aquel secreto, un vínculo peculiar entre ella y Francesco, permaneciera oculto a los ojos curiosos del resto de la familia Vannucci.La idea de revelar esa transacción privada la inquietaba.A pesar de la humillante realidad de haber sido
A medida que el sol empezaba a ponerse y teñía el taller con tonos cálidos y dorados, aumentaba su concentración.Cada herramienta se movía con una precisión casi coreográfica, limpiando meticulosamente cada rincón de las delicadas piezas para eliminar cualquier resto de polvo y huella digital.El ambiente se había vuelto solemne, impregnado del respeto hacia el trabajo realizado y la fragilidad de los objetos que ahora reposaban, impecablemente colocados sobre la mesa.Con movimientos suaves y deliberados, como si se estuvieran despidiendo de viejos amigos, los colocaron en sus estuches individuales, forrados con materiales suaves que prometían protegerlos de cualquier eventualidad. El suave clic al cerrar cada caja resonaba en el silencio del taller, marcando la culminación de horas de esfuerzo y dedicación, un testimonio tangible de su pasión compartida.—Un sentimiento de celos me invade —articuló Lucía al concluir su labor.—¿Celos? ¿De qué exactamente? —inquirió Cata con curiosi
—Presiento, querido primo, que tu estrategia maquiavélica con Francesco Vannucci ha llegado a su fin y, en esta ocasión, me atrevo a afirmar que es irreversible —sentenció Aurora clavando una mirada gélida y severa en el rostro de su pariente. Su expresión adusta no dejaba lugar a dudas: la paciencia se había agotado.—Dudo mucho que Francesco considere a esa mujer algo más que un pasatiempo, una aventura efímera y carente de trascendencia. Él jamás podrá desterrar de sus pensamientos la imagen imborrable de Sofía —refunfuñó la mujer con un tono gutural, manteniendo su mirada fija con obstinación en la brillante publicación que Roger había arrojado con displicencia sobre la mesa de caoba. La fotografía impresa parecía irradiar una verdad que ella se resistía a aceptar.—Resulta verdaderamente lamentable que el objetivo de la cámara no haya conseguido plasmar con nitidez el semblante de esa joven desconocida. Esta incertidumbre me consume por dentro; una curiosidad insaciable me atorme