Todos nos dimos la vuelta al unísono, tal cual marionetas tironeadas por el mismo hilo invisible, y allí estaba Emma, alborotando el local con sus gritos que cortaban el aire como cuchillos afilados.
La mujer había abandonado cualquier tipo de discreción: llevaba el cabello pintado en colores llamativos y su vestimenta exudaba un aire callejero que contrarrestaba con los problemas.
—¿Cómo te atreves a ignorar mis llamadas? ¡Explícate! —gritó como loca Emma, su voz aguda hacía vibrar los vasos sobre la barra, señalando a Mario con un dedo acusador que temblaba de rabia o de teatro, era difícil saberlo.
Mario se apresuró a acercarse, conteniendo la preocupación en su voz: —Te lo dejé claro por mensaje. No quiero que vuelvas a buscarme.
—¿Y crees que por decírmelo voy a obedecerte? ¡Me has estado usando y ahora pretendes librarte de mi así como así! —Emma alzó aún más la voz, dejando en claro que su intención era armar un escándalo.
El rostro de Mario se ensombreció de golpe: —¿Cuándo dia