Un hombre lobo.

Sus ojos se movieron hasta su cara y se detuvo.

Tenía los ojos bajos y respiraba con dificultad a través de sus labios rojos, hinchados y separados.

Moviéndose hacia su cajón, sacó su encendedor y lo encendió. Jadeó cuando la luz llenó lo pequeño de su entorno y finalmente pudo ver su rostro.

—¿Qué hizo él? —Damián preguntó con calma, pero la ira era clara en su voz.

—¿Eh? —dijo estupefacta, todavía tratando de volver al mundo real.

—¿Te lastimó en otro lugar? —preguntó Damián mientras sostenía su barbilla entre el índice y el pulgar y levantaba su rostro para examinar el moretón.

Estaba demasiado aturdida para comprender. Parecía tan normal como si no la hubiera besado hasta la muerte.

Ella no respondió. Ninguna palabra salió de sus labios.

Observó mientras él miraba fijamente su cuello magullado.

Se le cortó la respiración cuando notó los remolinos de motas doradas en sus tormentosos ojos grises.

En ese preciso momento levantó la vista e hicieron contacto visual.

La yema
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