Eso era nuevo.

Silvia respiró profundamente. Sus ojos recorrieron las cicatrices de su cuerpo. Esas dunas de color avellana que estaban fijadas en el espejo le mostraban el feo reflejo de su cuerpo.

Pero por ahora esas cicatrices ya no eran feas. Se había dado cuenta de que la percepción que tenía de sí misma estaba completamente en su mente. Todo estaba dentro de su cabeza.

La imagen de estas cicatrices cambiaría por completo si pensara en ellas como sus alas de batalla.

Silvia había terminado de odiarse a sí misma. A ella no le pasaba nada. La gente que siempre la llamaba fea estaba equivocada. Ella no ocultará sus cicatrices.

Cada cicatriz en su cuerpo tenía una historia diferente. Un dolor diferente. Un oscuro recuerdo se pega a él. Pero a pesar de esto, todas estas cicatrices gritaban lo fuerte que era y lo duro que luchó.

Silvia vestía su ropa y se recogía el pelo en una cola de caballo. Se miró a sí misma por última vez antes de salir cojeando de la habitación.

Había recuperado la mayor parte
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