6

Noelia

—No puedes seguir apareciendo así, Aidan —digo, con los brazos cruzados, mientras lo miro desde la puerta.

Él no se inmuta. Apoyado contra el marco con una expresión que mezcla desafío y deseo, me observa como si ya supiera lo que voy a decir. Como si mis palabras no significaran nada.

—Puedo y lo haré —responde con calma, pero hay un filo de peligro en su voz—. Porque tú eres mía.

Me tenso.

—No soy de nadie.

Su sonrisa es lenta, letal.

—Esa es la mentira que te repites, pero ambos sabemos la verdad.

Aprieto los dientes.

Desde que apareció en mi vida, Aidan ha sido una presencia constante, una sombra que no desaparece sin importar cuánto intente alejarlo. Y lo peor es que parte de mí no quiere que lo haga.

—No me gusta que me controlen —le digo, levantando la barbilla—. No soy una de tus seguidoras en la manada, Aidan. No puedes esperar que me someta a ti solo porque eres un Alfa.

Sus ojos destellan con algo oscuro.

—No te quiero sometida —murmura, dando un paso adelante—. Te quiero a mi lado.

Mis labios se entreabren, pero me niego a caer en su juego.

—Eso es lo mismo.

—No lo es —su tono es bajo, peligroso—. Lo que quiero contigo no tiene nada que ver con control y todo que ver con lo que somos.

—¿Y qué somos, Aidan?

Él sonríe, y esa sonrisa me roba el aire.

—Algo inevitable.

Mi corazón golpea fuerte contra mis costillas. Maldición.

Tengo que sacarlo de aquí antes de que termine atrapada en su órbita otra vez.

—Tienes que irte.

Él no se mueve.

—Noelia…

—Lárgate —insisto, con más firmeza de la que realmente siento—. No quiero esto.

Aidan exhala con lentitud, pero hay una determinación férrea en su mirada.

—Está bien —dice al fin—. Pero cuando llegue el momento en que ya no puedas resistirte, no quiero excusas.

Me lanza una última mirada antes de girar sobre sus talones y marcharse.

Solo cuando desaparece en la noche me doy cuenta de que estoy temblando.

Porque, joder, parte de mí ya no quiere resistirse.

El silencio de la noche se asienta como un peso sobre mis hombros. Aidan se ha ido, pero su presencia sigue envolviéndome como un perfume peligroso, uno que se impregna en la piel y es imposible de ignorar.

Camino hacia la sala, intentando sacudirme la tensión que dejó en mi cuerpo, pero no es tan fácil. Cada vez que aparece, deja su marca. Como un lobo que insiste en marcar su territorio.

Resoplo con frustración y me dejo caer en el sofá.

—Esto no puede seguir así…

Pero el problema es que no sé cómo detenerlo.

Me abrazo las rodillas, luchando contra la maraña de pensamientos que me atormenta desde que Aidan irrumpió en mi vida. Porque, por más que me niegue a admitirlo, algo en mí responde a él de una manera que me aterra.

Un sonido sutil me pone alerta.

Levanto la cabeza de golpe.

Algo está mal.

El instinto se apodera de mí antes de que pueda racionalizarlo. Me pongo de pie y aguanto la respiración, tratando de escuchar más allá del silencio.

Y entonces lo oigo.

Un crujido en el jardín.

Un escalofrío me recorre la columna.

No estoy sola.

Mi corazón se acelera, bombeando adrenalina por mis venas.

Tomo un cuchillo de la cocina y me acerco a la puerta trasera con pasos silenciosos. La luna proyecta sombras inquietantes sobre el suelo, pero me obligo a concentrarme.

No tengo miedo.

Al menos, eso es lo que intento convencerme a mí misma.

Me asomo por la ventana y mi pulso se dispara.

Una figura oscura se mueve entre los árboles.

Contengo el aliento.

¿Quién demonios…?

Antes de que pueda procesarlo, un gruñido feroz rompe el aire.

Mi cuerpo reacciona antes que mi mente.

Retrocedo justo cuando la puerta se abre de golpe y una sombra masiva atraviesa el umbral con la velocidad de un depredador.

Aidan.

Pero no es el hombre seguro y seductor que intenta enredarme en su red.

Es el Alfa.

Su mirada es pura furia cuando sus ojos plateados escanean la habitación, buscando la amenaza. Su mandíbula está tensa, sus músculos listos para atacar.

—¿Dónde? —gruñe, su voz apenas un susurro peligroso.

Se me seca la garganta.

—En el jardín.

No necesito decir más.

Aidan desaparece en un parpadeo, su velocidad sobrehumana lo convierte en una sombra entre sombras.

Me quedo paralizada por un segundo antes de recuperar el control y seguirlo, mi instinto gritando que algo va terriblemente mal.

Cuando llego afuera, la escena es un torbellino de movimiento.

Aidan tiene al intruso contra el suelo, su mano apretando su garganta con una brutalidad que me revuelve el estómago.

—¿Quién te envió? —escupe, con un tono que me eriza la piel.

El hombre intenta hablar, pero la presión en su cuello se lo impide. Sus ojos reflejan terror absoluto.

—¡Aidan, suéltalo!

No me hace caso.

Está poseído por algo primitivo, algo que no entiendo del todo pero que me hiela la sangre.

Coloco una mano en su brazo, sintiendo la tensión de sus músculos, la violencia contenida vibrando bajo su piel.

—Déjalo respirar —digo, más calmada de lo que me siento—. No obtendrás respuestas si lo matas.

Su mandíbula se aprieta con tanta fuerza que escucho el crujido de sus dientes.

Pero me escucha.

Lentamente, afloja la presión.

El hombre jadea, tosiendo con desesperación.

Aidan no se mueve de su posición dominante sobre él.

—Habla —ordena, su voz como una amenaza velada.

El intruso se sacude, sus ojos moviéndose entre Aidan y yo.

—No… no quería hacer daño —balbucea—. Solo… solo estaba siguiendo órdenes.

Mi estómago se hunde.

—¿Órdenes de quién?

El hombre se estremece.

—No puedo decirlo… si lo hago, estaré muerto.

Aidan sonríe, pero no es una sonrisa tranquilizadora.

—Si no hablas, estarás muerto ahora mismo.

El tipo traga saliva con dificultad.

Mi cabeza es un torbellino.

Esto no es una coincidencia.

Esto tiene que ver con Aidan. Con su manada.

Conmigo.

Y no sé qué demonios significa eso.

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