4

Noelia

Huir.

Esa es la única palabra que resuena en mi mente desde el momento en que Aidan pronunció su verdad.

Huir de él. Huir de su intensidad. Huir de la forma en que su mirada me perfora, como si pudiera ver más allá de mi piel, más allá de mis miedos y mis deseos.

Pero, ¿cómo huyes de alguien que parece habitar en cada sombra, en cada latido?

—Solo ignóralo, Noelia —murmuro para mí misma mientras dejo la bolsa de compras sobre la encimera de la cocina.

Las ventanas abiertas dejan entrar la brisa nocturna, pero en lugar de sentir alivio, un escalofrío me recorre la espalda.

Siento su presencia.

No tengo que voltear para saber que está ahí.

Aidan Blackwood.

El Alfa al otro lado de la puerta.

O en este caso, al otro lado de mi patio trasero, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándome con esa mezcla de arrogancia y devoción que me desarma.

Tomo aire y lo suelto lentamente.

—¿Vas a quedarte ahí como un acosador o piensas decir algo?

Aidan sonríe, y juro que el mundo entero se inclina a su favor cuando lo hace.

—Solo me aseguraba de que llegaras bien.

Ruedo los ojos.

—Me fui al supermercado, no a la guerra.

—Nunca se sabe. —Su tono es ligero, pero hay algo en su mirada que me dice que está completamente serio.

Cierro la puerta de cristal con un chasquido y me obligo a ignorarlo.

No puedo dejar que se convierta en parte de mi rutina. No puedo dejar que su presencia se sienta como un ancla, como algo inevitable.

Porque si lo hago, estaré perdida.

 

Esa noche, duermo inquieta.

Sueño con ojos dorados acechándome entre los árboles, con el sonido de una respiración profunda siguiéndome en la oscuridad.

Cuando despierto, el aire en mi habitación se siente más denso, más pesado.

Y entonces lo escucho.

Un ruido sordo, justo afuera de mi ventana.

Me congelo.

La lógica me dice que es solo el viento, un animal, cualquier cosa menos lo que mi instinto me está gritando.

Pero luego lo escucho de nuevo.

Un crujido.

Unos pasos.

Y mi sangre se hiela.

Me levanto lentamente, con el corazón latiendo tan fuerte que parece que va a salirse de mi pecho. Me acerco a la ventana, empujando la cortina apenas un poco para mirar afuera.

Y lo veo.

Una figura oscura, moviéndose entre los árboles de mi jardín.

Jadeo y retrocedo, sintiendo el pánico trepar por mi garganta.

Estoy sola.

Completamente sola.

Tomo mi teléfono con dedos temblorosos, lista para llamar a la policía, cuando de repente, todo cambia.

Un gruñido.

Bajo, amenazante.

Una sombra más grande, más rápida.

Aidan.

Él aparece de la nada, como si el bosque mismo lo hubiera invocado. Y lo que sucede después me deja sin aliento.

El intruso no tiene oportunidad.

Aidan se mueve con una velocidad sobrehumana, su cuerpo una mezcla de fuerza y precisión letal. Lo sujeta antes de que pueda reaccionar, lo empuja contra el suelo con un poder que no parece de este mundo.

Y entonces, lo escucho.

Ese gruñido.

Ese sonido primitivo que no debería salir de la garganta de un hombre.

Mi piel se eriza.

No puedo ver con claridad desde mi ventana, pero sé que Aidan está en control de la situación.

Lo sé porque en cuestión de segundos, el intruso huye.

Y Aidan se queda ahí, de pie en la oscuridad, respirando con dificultad.

Como un depredador que acaba de ahuyentar a su presa.

Como si todavía estuviera decidiendo si me dejará tranquila… o si vendrá a reclamar lo que es suyo.

Mi corazón late desbocado.

Y entonces, en la quietud de la noche, Aidan levanta la cabeza.

Y me mira.

Directo a los ojos.

Y sé que esta vez, no podré seguir huyendo.

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