3

Aidan

Noelia me mira como si fuera una aberración. Su cuerpo está tenso, sus puños apretados, y aunque su primer instinto fue negarlo, sé que en su interior hay una tormenta de emociones que no puede controlar. Puedo olerlo en su esencia, en el cambio sutil de su respiración, en la forma en que sus pupilas se han dilatado.

El miedo y la fascinación conviven dentro de ella.

—Dilo de nuevo. —Su voz es apenas un murmullo.

—Soy un hombre lobo.

La observo con intensidad, esperando su reacción. No porque necesite su aprobación, sino porque quiero ver cómo su mundo se desmorona y se reconstruye en un solo instante.

Noelia retrocede un paso, luego otro, como si la distancia física pudiera cambiar la verdad de mis palabras.

—Esto es ridículo.

Sonrío.

—Noelia.

—No, Aidan. —Levanta una mano como si quisiera detenerme—. No puedes decirme algo así y esperar que lo acepte sin más.

—No tienes que aceptarlo. Solo tienes que saberlo.

Su respiración es errática. Me observa con el ceño fruncido, como si estuviera buscando un truco, una grieta en mi historia.

—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?

No respondo. En su lugar, dejo que el aire a mi alrededor cambie. Mi cuerpo se tensa, mis músculos vibran con la energía de la transformación. No llego a cambiar por completo, pero dejo que mis ojos reflejen lo que soy realmente.

Noelia ahoga un jadeo.

Doy un paso hacia ella y esta vez no retrocede.

—Lo sientes, ¿verdad? —miro sus labios entreabiertos, su pecho subiendo y bajando con fuerza—. Sabes que no miento.

—Esto no… —sacude la cabeza, tratando de encontrar palabras—. Esto no puede ser real.

—Pero lo es.

Silencio.

El tipo de silencio que solo se da en momentos cruciales, cuando la vida te pone frente a una verdad imposible de ignorar.

Noelia se cruza de brazos, como si intentara contenerse.

—¿Y qué esperas que haga con esta información?

Me río bajo. Su respuesta me divierte porque, a pesar de su miedo, está tratando de controlar la situación.

—Nada. Solo quiero que lo sepas.

Ella exhala, su aliento tembloroso en el aire nocturno.

—¿Y qué más?

—Nada más.

Noto la forma en que sus ojos se oscurecen por la frustración. Me odia por esto. Me odia por haberle mostrado una parte del mundo que nunca pidió conocer.

Pero al mismo tiempo, no puede alejarse.

Puedo ver el deseo latiendo en ella como un segundo corazón.

—Noelia. —Digo su nombre con suavidad, con el tono bajo y grave que sé que le provoca escalofríos.

Ella cierra los ojos por un instante y traga saliva.

—No quiero esto, Aidan.

Pero su voz tiembla.

—¿No?

—No.

Levanta la barbilla, desafiante.

—Entonces mírame a los ojos y dime que no quieres que te toque.

Su boca se abre, pero no dice nada.

Y en ese instante, sé que la he atrapado.

Porque Noelia puede huir de mí. Puede fingir que todo esto no la afecta.

Pero no puede mentirse a sí misma.

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