Aidan
No había previsto esto.
Toda mi vida he sido un hombre de instintos afilados, un depredador que nunca duda al atacar. Como Alfa, mi naturaleza dicta que tome lo que me pertenece, que marque mi territorio, que domine. Nunca he conocido la incertidumbre. Hasta ahora.
Noelia.
Ella es un problema. Un problema tentador, inalcanzable y exasperante.
Desde el primer momento en que la vi, supe que sería un desafío. Su aroma es distinto a cualquier otro, una mezcla de peligro y dulzura que se clava en mi piel y se queda ahí, como una maldita espina que no puedo arrancarme. No debería estar tan obsesionado. No con una humana. No con ella.
Pero lo estoy.
La observé caminar por el vecindario esta mañana, con su cabello suelto agitándose al viento y esa mirada de alguien que cree que el mundo aún le pertenece. Me gustaría verla romperse un poco, perder el control, admitir que siente lo mismo que yo.
Pero en lugar de eso, me rehúye.
Me sonríe con amabilidad, pero sus ojos me delatan. Me desea. Y lo odia.
Hoy he decidido que basta de juegos. Si Noelia cree que puede ignorar esta atracción, está equivocada.
Así que camino hacia ella, asegurándome de moverme con esa calma calculada que la hace dudar. Me acerco lo suficiente para que sienta mi calor, pero no tanto como para que pueda escapar sin quedar como una cobarde.
—Buenos días, Noelia. —Dejo que su nombre ruede en mi lengua con un tono grave, casi íntimo.
Ella parpadea, como si no esperara que la abordara así de pronto.
—Hola. —Su respuesta es breve, cortante, pero el leve rubor en sus mejillas me dice que no soy indiferente para ella.
—¿Te gusta el vecindario? —pregunto, fingiendo que esta conversación es mundana.
—Es... bonito. Tranquilo.
—No siempre. —Sonrío, dejando caer la insinuación.
Ella frunce el ceño, pero no pregunta. Inteligente. En su lugar, cruza los brazos sobre su pecho, en una postura defensiva que solo hace que mi interés crezca.
—Debería irme.
—¿Por qué tanta prisa?
Noelia no responde de inmediato. Puedo ver su lucha interna. Sabe que debería alejarse, pero sus pies siguen clavados en el suelo.
—Porque tú... —Se interrumpe. Suspira. Luego me mira fijamente y endereza la espalda, como si hubiera encontrado algo de valor en su interior—. No quiero enredarme en nada complicado.
Su sinceridad me sorprende. No muchas personas se atreven a hablarme así.
Me inclino un poco más hacia ella, dejando que mi presencia la envuelva, que mi voz roce su piel como un susurro tentador.
—¿Y si ya lo estás?
Sus labios se separan apenas, como si su cuerpo reaccionara antes que su mente. No puede negar la tensión entre nosotros. La siente tanto como yo.
Pero en lugar de rendirse, da un paso atrás.
—Nos vemos, Aidan.
Y se va.
Se va como si creyera que eso es todo.
Como si la dejara marcharse.
Como si no fuera a ir tras ella.
Al caer la noche, la espero.
Podría haber irrumpido en su casa. Podría haber cruzado la línea y tomado lo que quiero. Pero no soy un monstruo.
Aún no.
Así que dejo que el momento se desarrolle a su ritmo, porque sé que la paciencia tiene sus recompensas.
Cuando finalmente sale de su casa, sé que es el momento.
—Sabes que huir no servirá de nada, ¿verdad? —Mi voz corta la noche con precisión.
Ella se detiene en seco. Su respiración se acelera.
Gira lentamente y me encuentra apoyado contra un árbol, las manos en los bolsillos, la mirada fija en ella.
—No estoy huyendo.
Sonrío. Su terquedad es deliciosa.
—¿No?
—No.
Noelia alza la barbilla, desafiándome. No sabe lo que está haciendo. No sabe lo que provoca en mí cuando me mira así.
—¿Qué eres, Aidan? —pregunta de repente.
Silencio.
Sus palabras flotan entre nosotros, densas y cargadas de algo que no se puede nombrar.
—¿Por qué preguntas eso?
—Porque hay algo en ti… algo que no tiene sentido.
—Y sin embargo, no puedes alejarte.
Sus labios se fruncen. Me odia por decir la verdad en voz alta.
—Dímelo.
Camino hacia ella lentamente, cada paso medido. Sus pupilas se dilatan. Su cuerpo se tensa, como si una parte de ella supiera la respuesta antes de que la diga.
—Soy un hombre lobo, Noelia.
No hay dramatismo en mis palabras. No hay necesidad.
Ella palidece. Sus labios se separan, pero no dice nada.
—No puede ser… —susurra, pero sin la convicción suficiente.
—Lo sabes. Lo has sentido.
Se tambalea un poco hacia atrás, negando con la cabeza.
—Eso es… imposible.
—¿Por qué? ¿Porque no encaja en tu realidad?
Noelia cierra los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera borrar todo esto.
—Dime que es una broma.
No lo hago.
Ella tiembla. Es miedo. Es emoción. Es algo más profundo que no quiere admitir.
Y entonces, lo veo en sus ojos: la duda.
Porque en el fondo, ya me cree.
Y eso lo cambia todo.
AidanNoelia me mira como si fuera una aberración. Su cuerpo está tenso, sus puños apretados, y aunque su primer instinto fue negarlo, sé que en su interior hay una tormenta de emociones que no puede controlar. Puedo olerlo en su esencia, en el cambio sutil de su respiración, en la forma en que sus pupilas se han dilatado.El miedo y la fascinación conviven dentro de ella.—Dilo de nuevo. —Su voz es apenas un murmullo.—Soy un hombre lobo.La observo con intensidad, esperando su reacción. No porque necesite su aprobación, sino porque quiero ver cómo su mundo se desmorona y se reconstruye en un solo instante.Noelia retrocede un paso, luego otro, como si la distancia física pudiera cambiar la verdad de mis palabras.—Esto es ridículo.Sonrío.—Noelia.—No, Aidan. —Levanta una mano como si quisiera detenerme—. No puedes decirme algo así y esperar que lo acepte sin más.—No tienes que aceptarlo. Solo tienes que saberlo.Su respiración es errática. Me observa con el ceño fruncido, como si
NoeliaHuir.Esa es la única palabra que resuena en mi mente desde el momento en que Aidan pronunció su verdad.Huir de él. Huir de su intensidad. Huir de la forma en que su mirada me perfora, como si pudiera ver más allá de mi piel, más allá de mis miedos y mis deseos.Pero, ¿cómo huyes de alguien que parece habitar en cada sombra, en cada latido?—Solo ignóralo, Noelia —murmuro para mí misma mientras dejo la bolsa de compras sobre la encimera de la cocina.Las ventanas abiertas dejan entrar la brisa nocturna, pero en lugar de sentir alivio, un escalofrío me recorre la espalda.Siento su presencia.No tengo que voltear para saber que está ahí.Aidan Blackwood.El Alfa al otro lado de la puerta.O en este caso, al otro lado de mi patio trasero, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándome con esa mezcla de arrogancia y devoción que me desarma.Tomo aire y lo suelto lentamente.—¿Vas a quedarte ahí como un acosador o piensas decir algo?Aidan sonríe, y juro que el mundo entero
AidanNoelia huye de mí.Lo noto en cada movimiento suyo, en la forma en que su cuerpo se tensa cuando estoy cerca, en cómo sus ojos evitan los míos como si temiera que al mirarme demasiado tiempo pudiera perderse.Y tiene razón.Porque si se rinde, si me deja entrar, no habrá marcha atrás.Ella es miya.Lo supe desde el primer momento en que su aroma envolvió mis sentidos, desde que su mirada desafiante encendió algo primitivo dentro de mí.Pero sigue resistiéndose.Y eso solo hace que mi instinto quiera cazarla con más intensidad.Hoy no será diferente.Me acerco a su casa justo cuando el sol comienza a caer, cuando el mundo se tiñe de tonos cálidos y todo parece más vulnerable. Ella está en su jardín, regando las plantas como si no sintiera mi presencia, como si no supiera que la estoy observando.Pero la forma en que sus dedos se crispan en la manguera la delata.Sabe que estoy aquí.—¿Vas a quedarte ahí como un lobo solitario o planeas decir algo? —pregunta sin volverse.Sonrío.
Noelia—No puedes seguir apareciendo así, Aidan —digo, con los brazos cruzados, mientras lo miro desde la puerta.Él no se inmuta. Apoyado contra el marco con una expresión que mezcla desafío y deseo, me observa como si ya supiera lo que voy a decir. Como si mis palabras no significaran nada.—Puedo y lo haré —responde con calma, pero hay un filo de peligro en su voz—. Porque tú eres mía.Me tenso.—No soy de nadie.Su sonrisa es lenta, letal.—Esa es la mentira qu
NoeliaMe mudé a este vecindario con la idea de encontrar algo de paz, algo que me permitiera recomponerme. Después de todo, a mis veintiocho años, ya me había acostumbrado a las sorpresas que la vida me tiraba sin previo aviso. Pero nada me había preparado para encontrarme con él. Aidan Blackwood.Al principio, no fue más que una mirada rápida desde el borde de la acera, cuando mi coche se estacionó frente a la casa que acababa de alquilar. Su casa era imponente, un chalet de piedra con grandes ventanales y una verja negra que se erguía como una barrera invisible. Pero no fue eso lo que llamó mi atención, ni siquiera el jardín perfectamente cuidado o la iluminación suave que iluminaba la fachada. Fue él.Aidan estaba en su puerta, observando la calle con una expresión que no pude leer, ni quise. De alguna manera, su postura recta, la forma en que sus ojos parecían absorber cada rincón del vecindario, hizo que mi piel se erizara. Sus cabellos oscuros y un poco despeinados contrastaban