2

Aidan

No había previsto esto.

Toda mi vida he sido un hombre de instintos afilados, un depredador que nunca duda al atacar. Como Alfa, mi naturaleza dicta que tome lo que me pertenece, que marque mi territorio, que domine. Nunca he conocido la incertidumbre. Hasta ahora.

Noelia.

Ella es un problema. Un problema tentador, inalcanzable y exasperante.

Desde el primer momento en que la vi, supe que sería un desafío. Su aroma es distinto a cualquier otro, una mezcla de peligro y dulzura que se clava en mi piel y se queda ahí, como una maldita espina que no puedo arrancarme. No debería estar tan obsesionado. No con una humana. No con ella.

Pero lo estoy.

La observé caminar por el vecindario esta mañana, con su cabello suelto agitándose al viento y esa mirada de alguien que cree que el mundo aún le pertenece. Me gustaría verla romperse un poco, perder el control, admitir que siente lo mismo que yo.

Pero en lugar de eso, me rehúye.

Me sonríe con amabilidad, pero sus ojos me delatan. Me desea. Y lo odia.

Hoy he decidido que basta de juegos. Si Noelia cree que puede ignorar esta atracción, está equivocada.

Así que camino hacia ella, asegurándome de moverme con esa calma calculada que la hace dudar. Me acerco lo suficiente para que sienta mi calor, pero no tanto como para que pueda escapar sin quedar como una cobarde.

—Buenos días, Noelia. —Dejo que su nombre ruede en mi lengua con un tono grave, casi íntimo.

Ella parpadea, como si no esperara que la abordara así de pronto.

—Hola. —Su respuesta es breve, cortante, pero el leve rubor en sus mejillas me dice que no soy indiferente para ella.

—¿Te gusta el vecindario? —pregunto, fingiendo que esta conversación es mundana.

—Es... bonito. Tranquilo.

—No siempre. —Sonrío, dejando caer la insinuación.

Ella frunce el ceño, pero no pregunta. Inteligente. En su lugar, cruza los brazos sobre su pecho, en una postura defensiva que solo hace que mi interés crezca.

—Debería irme.

—¿Por qué tanta prisa?

Noelia no responde de inmediato. Puedo ver su lucha interna. Sabe que debería alejarse, pero sus pies siguen clavados en el suelo.

—Porque tú... —Se interrumpe. Suspira. Luego me mira fijamente y endereza la espalda, como si hubiera encontrado algo de valor en su interior—. No quiero enredarme en nada complicado.

Su sinceridad me sorprende. No muchas personas se atreven a hablarme así.

Me inclino un poco más hacia ella, dejando que mi presencia la envuelva, que mi voz roce su piel como un susurro tentador.

—¿Y si ya lo estás?

Sus labios se separan apenas, como si su cuerpo reaccionara antes que su mente. No puede negar la tensión entre nosotros. La siente tanto como yo.

Pero en lugar de rendirse, da un paso atrás.

—Nos vemos, Aidan.

Y se va.

Se va como si creyera que eso es todo.

Como si la dejara marcharse.

Como si no fuera a ir tras ella.

Al caer la noche, la espero.

Podría haber irrumpido en su casa. Podría haber cruzado la línea y tomado lo que quiero. Pero no soy un monstruo.

Aún no.

Así que dejo que el momento se desarrolle a su ritmo, porque sé que la paciencia tiene sus recompensas.

Cuando finalmente sale de su casa, sé que es el momento.

—Sabes que huir no servirá de nada, ¿verdad? —Mi voz corta la noche con precisión.

Ella se detiene en seco. Su respiración se acelera.

Gira lentamente y me encuentra apoyado contra un árbol, las manos en los bolsillos, la mirada fija en ella.

—No estoy huyendo.

Sonrío. Su terquedad es deliciosa.

—¿No?

—No.

Noelia alza la barbilla, desafiándome. No sabe lo que está haciendo. No sabe lo que provoca en mí cuando me mira así.

—¿Qué eres, Aidan? —pregunta de repente.

Silencio.

Sus palabras flotan entre nosotros, densas y cargadas de algo que no se puede nombrar.

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque hay algo en ti… algo que no tiene sentido.

—Y sin embargo, no puedes alejarte.

Sus labios se fruncen. Me odia por decir la verdad en voz alta.

—Dímelo.

Camino hacia ella lentamente, cada paso medido. Sus pupilas se dilatan. Su cuerpo se tensa, como si una parte de ella supiera la respuesta antes de que la diga.

—Soy un hombre lobo, Noelia.

No hay dramatismo en mis palabras. No hay necesidad.

Ella palidece. Sus labios se separan, pero no dice nada.

—No puede ser… —susurra, pero sin la convicción suficiente.

—Lo sabes. Lo has sentido.

Se tambalea un poco hacia atrás, negando con la cabeza.

—Eso es… imposible.

—¿Por qué? ¿Porque no encaja en tu realidad?

Noelia cierra los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera borrar todo esto.

—Dime que es una broma.

No lo hago.

Ella tiembla. Es miedo. Es emoción. Es algo más profundo que no quiere admitir.

Y entonces, lo veo en sus ojos: la duda.

Porque en el fondo, ya me cree.

Y eso lo cambia todo.

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