Noelia
Me mudé a este vecindario con la idea de encontrar algo de paz, algo que me permitiera recomponerme. Después de todo, a mis veintiocho años, ya me había acostumbrado a las sorpresas que la vida me tiraba sin previo aviso. Pero nada me había preparado para encontrarme con él. Aidan Blackwood.
Al principio, no fue más que una mirada rápida desde el borde de la acera, cuando mi coche se estacionó frente a la casa que acababa de alquilar. Su casa era imponente, un chalet de piedra con grandes ventanales y una verja negra que se erguía como una barrera invisible. Pero no fue eso lo que llamó mi atención, ni siquiera el jardín perfectamente cuidado o la iluminación suave que iluminaba la fachada. Fue él.
Aidan estaba en su puerta, observando la calle con una expresión que no pude leer, ni quise. De alguna manera, su postura recta, la forma en que sus ojos parecían absorber cada rincón del vecindario, hizo que mi piel se erizara. Sus cabellos oscuros y un poco despeinados contrastaban con el hecho de que su ropa, simple pero elegante, no parecía coincidir con el entorno relajado de la zona. Como si no perteneciera allí.
Me bajé del coche y noté que sus ojos seguían mi movimiento, lentos, evaluadores. Como si me estuviera midiendo, analizando cada uno de mis gestos. El simple hecho de que no apartara la mirada me hizo sentir incómoda, como si estuviera atrapada en un escaparate sin poder escapar. Miré hacia otro lado, disimulando el malestar que empezaba a crecer en mí.
“¿Te mudas aquí?”, la voz profunda y grave de Aidan me hizo girar rápidamente hacia él.
“Sí, acabo de llegar,” respondí, sin saber si debía ser amable o cortante. Su mirada era tan intensa que me estaba empezando a poner nerviosa. No era solo que era atractivo—lo era, no había duda—era algo más. Algo en la forma en que me observaba, en la postura tensa de su cuerpo, que hacía que la atmósfera se cargara con una electricidad invisible.
“Interesante. No es un vecindario para todos,” dijo, sus labios curvándose ligeramente, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos.
No sabía cómo responder, así que me limité a asentar con la cabeza, dándome media vuelta y tomando las llaves de la casa. Por alguna razón, no podía evitar la sensación de que algo estaba... mal. Algo en él, en su presencia, hacía que me sintiera fuera de lugar. Aidan Blackwood no era solo un vecino más.
Esa misma noche, después de organizar un par de cosas en mi nuevo hogar, decidí salir a dar una caminata para despejar la cabeza. Necesitaba liberar el estrés de mudarme, de empezar de nuevo. Caminaba por las calles tranquilas, respirando el aire fresco que se sentía casi demasiado puro, cuando, de repente, sentí una mirada sobre mí. No una mirada cualquiera, sino una que se clavó en mi espalda como una lanza invisible. Mi piel se erizó y, sin pensarlo, me giré. Y ahí estaba, parado a una distancia prudente, en la esquina de su jardín, observándome como si fuera la única persona en el mundo.
Un suspiro involuntario escapó de mis labios mientras mi cuerpo comenzaba a tensarse. Aidan. No podía ser una coincidencia. Era como si hubiera estado esperándome. Como si su presencia estuviera predestinada de alguna manera.
“Pensé que te gustaba salir a caminar por la noche,” dijo, su voz grave y calmada. Como si fuera la cosa más natural del mundo que yo estuviera por ahí, sin una razón aparente, con él observándome.
“No es de tu incumbencia,” respondí de manera brusca, mi tono más cortante de lo que quería. Pero él no se inmutó. En lugar de alejarse, dio un paso más hacia mí, su sombra alargándose sobre la acera, cubriéndome.
“No quiero incomodarte, Noelia,” dijo, pronunciando mi nombre de una forma que me hizo estremecer, como si lo hubiera dicho muchas veces en su cabeza, como si hubiera estado esperando este momento. “Solo me preguntaba si te gustaría compañía.”
Su cercanía era opresiva, su aura demasiado intensa para ser ignorada. No podía entender qué era lo que me perturbaba tanto de él. Estaba acostumbrada a los hombres arrogantes, pero esto era diferente. Aidan no parecía simplemente arrogante. Parecía... algo más. Algo más primitivo.
“No gracias,” murmuré, sin atreverme a mirarlo a los ojos. Mi corazón latía con fuerza, cada golpe resonando en mi pecho. Algo en mí deseaba estar cerca de él, una fuerza extraña que no podía comprender. Pero todo en mi interior me decía que debía alejarme.
“Es una pena,” dijo, su tono aún tranquilo, pero había algo debajo de esas palabras, una presión implícita, un reto. “Espero que no te moleste mi presencia. No quiero que te sientas incómoda, Noelia.”
Me dio la vuelta y empezó a caminar de regreso hacia su casa, y aunque debería haberme sentido aliviada, algo en mi estómago se revolvió. ¿Por qué me sentía tan atrapada? ¿Por qué la presencia de Aidan me hacía sentir como si no tuviera control sobre mis propios pensamientos?
Esa noche, mientras me metía en la cama, no pude quitarme la sensación de que algo había cambiado. Mi mente seguía volviendo a Aidan Blackwood. Había algo en él, algo en su mirada, en la forma en que se acercaba, que me hacía sentir... vulnerable.
No lo entendía. Y esa falta de comprensión me desconcertaba aún más.
¿Qué quería él de mí?
Me tumbé en la cama, el rostro aún marcado por la intensidad de la noche. El eco de sus palabras seguía retumbando en mi cabeza, esa suave amenaza camuflada bajo un tono apacible. “No quiero que te sientas incómoda, Noelia.” No sabía qué me inquietaba más: el hecho de que pareciera conocerme tan bien, o que hubiera dejado esa puerta abierta como si la conexión entre nosotros fuera inevitable. Como si ya estuviera destinado que nos cruzáramos, de alguna manera.
Suspiré y me acomodé entre las sábanas, pero la inquietud seguía pegada a mi piel, como una sombra que no se quería ir. “No te va a dejar escapar.” Esa frase rondó en mi mente con una intensidad creciente. Era como si mi subconsciente ya estuviera diciéndome lo que mi lógica no se atrevía a admitir: Aidan Blackwood no era solo un vecino, no era un simple hombre atractivo con una actitud extraña. Él era algo más.
Me giré hacia el lado de la cama, tomando la almohada con fuerza, apretándola contra mi pecho. La sensación de su mirada aún estaba pegada a mí, como si se hubiera filtrado en mi piel y se hubiera instalado en cada rincón de mi ser. Su presencia. Esa maldita presencia que tenía la capacidad de trastornar todo mi mundo.
La verdad era que, aunque intentaba racionalizarlo, no podía ignorar el hecho de que me sentía atraída por él. Algo en la forma en que se movía, en la forma en que me miraba, me hacía sentir como si todo mi ser estuviera magnetizado hacia él. Como si no pudiera escapar de esa influencia invisible que él ejercía sobre mí. Pero había algo en mi interior que me decía que no debía ceder. Que algo estaba mal.
Era una lucha interna que no tenía sentido. No había lógica que pudiera explicar el frenesí que me producía la simple mención de su nombre. Aidan Blackwood. El Alfa.
Al día siguiente, la sensación no se disipó. Cuando me desperté, las primeras luces del día se filtraban tímidamente por la ventana, iluminando las sombras de mi habitación. Pero en lugar de encontrar calma, encontré un nudo en mi estómago. Sabía que debía seguir con mi vida, hacer las cosas que cualquier persona haría cuando acaba de mudarse a un vecindario nuevo. Pero, en el fondo, algo me decía que la normalidad aquí no existía. No mientras él estuviera tan cerca.
Salí de la casa en busca de algo que me distrajera, algo que me alejara de esa espiral de pensamientos. Decidí dar un paseo por el vecindario, y fue durante ese recorrido que mis pies me trajeron de vuelta frente a la casa de Aidan.
A lo lejos, lo vi. Estaba en el jardín, en lo que parecía ser una especie de ritual matutino, haciendo algo con las plantas. Había algo en su postura que no podía describir, como si cada movimiento estuviera lleno de propósito, como si todo a su alrededor estuviera bajo su control. Su figura se alzaba alta y dominante, casi como si fuera parte de la misma tierra que tocaba, tan imponente que no pude evitar sentir un escalofrío recorriendo mi espalda.
Miró hacia mi dirección en cuanto me acerqué, y sus ojos se encontraron con los míos, esos ojos oscuros que parecían saberlo todo. Esa mirada… era penetrante, feroz, casi como si me hubiera detectado incluso antes de que yo lo hiciera. Un leve brillo, apenas perceptible, cruzó su rostro antes de que sus labios se curvaran en una ligera sonrisa.
“Buenos días, Noelia,” dijo, su tono tan suave como la brisa que movía los árboles cercanos. Pero algo había en su voz que hizo que mis sentidos se agudizaran, que mi cuerpo se tensara. No era un saludo cualquiera. No podía serlo.
“Buenos días,” respondí, evitando su mirada tanto como pude, pero mi cuerpo seguía sintiendo la presión de su presencia. A pesar de que él no se movió, sentí como si estuviera rodeada por una especie de burbuja invisible. Algo sobre él me hacía sentir pequeña, vulnerable.
“¿Te gusta caminar por aquí? Es un buen lugar para despejarse.” La forma en que me observaba mientras hablaba me hizo dudar de su simple curiosidad. ¿Por qué hablaba conmigo así? Como si de alguna manera estuviera tratando de conectarse conmigo, pero sin abrirse por completo.
“Sí, estoy tratando de acostumbrarme,” mentí, una sonrisa forzada curvando mis labios mientras intentaba salir de esa atmósfera densa que él había creado a su alrededor.
“Estoy seguro de que lo harás.” Aidan dio un paso hacia mí, cerrando la distancia entre nosotros con una calma inquietante. Mi respiración se volvió más irregular. ¿Por qué se acercaba tanto? Como si su presencia fuera algo que me reclamaba sin que yo pudiera hacer nada al respecto.
“¿Te gustaría un poco de compañía?” me preguntó, la voz grave y profunda, con esa cadencia que parecía envolverme. Cada palabra se sentía como un tirón en mi pecho, y aunque quería decir que no, que debía alejarme de él, algo en mí vaciló.
¿Qué demonios me estaba pasando?
“Estoy bien,” respondí, aunque mi tono sonaba menos seguro de lo que me habría gustado. Pero no pude dejar de notar cómo su cuerpo seguía acercándose, como una marea imparable. Mi corazón latía más rápido, y me sentía como si estuviera siendo arrastrada hacia algo del que no podía escapar. Como si su magnetismo me estuviera atrapando en su órbita.
No dije nada más. No pude.
Aidan se quedó en silencio, observándome con esa intensidad que me hacía cuestionar todo lo que creía saber sobre mí misma. Él no se movió, no hizo nada que pudiera considerarse invasivo, pero su cercanía era suficiente para hacer que mi cuerpo reaccionara de una manera que no podía comprender.
Finalmente, tras lo que me pareció una eternidad, se alejó lentamente, con una sonrisa en los labios que no alcanzaba a ser amigable, pero tampoco era hostil. Simplemente… era.
“Nos vemos pronto, Noelia.”
Y con esas palabras, se dio la vuelta y entró a su casa. Pero en ese momento, sentí que algo había cambiado. Ya no podía ignorarlo. Ya no podía ignorarlo a él.
Mi cuerpo tembló levemente cuando me di la vuelta para continuar mi paseo, pero las piernas me pesaban. Mi mente no dejaba de dar vueltas a lo que acababa de ocurrir. Aidan Blackwood ya no era solo el vecino misterioso. Era algo mucho más complicado que eso.
Y estaba empezando a darme cuenta de que no podía escapar de él, ni de lo que él significaba para mí.
AidanNo había previsto esto.Toda mi vida he sido un hombre de instintos afilados, un depredador que nunca duda al atacar. Como Alfa, mi naturaleza dicta que tome lo que me pertenece, que marque mi territorio, que domine. Nunca he conocido la incertidumbre. Hasta ahora.Noelia.Ella es un problema. Un problema tentador, inalcanzable y exasperante.Desde el primer momento en que la vi, supe que sería un desafío. Su aroma es distinto a cualquier otro, una mezcla de peligro y dulzura que se clava en mi piel y se queda ahí, como una maldita espina que no puedo arrancarme. No debería estar tan obsesionado. No con una humana. No con ella.Pero lo estoy.La observé caminar por el vecindario esta mañana, con su cabello suelto agitándose al viento y esa mirada de alguien que cree que el mundo aún le pertenece. Me gustaría verla romperse un poco, perder el control, admitir que siente lo mismo que yo.Pero en lugar de eso, me rehúye.Me sonríe con amabilidad, pero sus ojos me delatan. Me desea.
AidanNoelia me mira como si fuera una aberración. Su cuerpo está tenso, sus puños apretados, y aunque su primer instinto fue negarlo, sé que en su interior hay una tormenta de emociones que no puede controlar. Puedo olerlo en su esencia, en el cambio sutil de su respiración, en la forma en que sus pupilas se han dilatado.El miedo y la fascinación conviven dentro de ella.—Dilo de nuevo. —Su voz es apenas un murmullo.—Soy un hombre lobo.La observo con intensidad, esperando su reacción. No porque necesite su aprobación, sino porque quiero ver cómo su mundo se desmorona y se reconstruye en un solo instante.Noelia retrocede un paso, luego otro, como si la distancia física pudiera cambiar la verdad de mis palabras.—Esto es ridículo.Sonrío.—Noelia.—No, Aidan. —Levanta una mano como si quisiera detenerme—. No puedes decirme algo así y esperar que lo acepte sin más.—No tienes que aceptarlo. Solo tienes que saberlo.Su respiración es errática. Me observa con el ceño fruncido, como si
NoeliaHuir.Esa es la única palabra que resuena en mi mente desde el momento en que Aidan pronunció su verdad.Huir de él. Huir de su intensidad. Huir de la forma en que su mirada me perfora, como si pudiera ver más allá de mi piel, más allá de mis miedos y mis deseos.Pero, ¿cómo huyes de alguien que parece habitar en cada sombra, en cada latido?—Solo ignóralo, Noelia —murmuro para mí misma mientras dejo la bolsa de compras sobre la encimera de la cocina.Las ventanas abiertas dejan entrar la brisa nocturna, pero en lugar de sentir alivio, un escalofrío me recorre la espalda.Siento su presencia.No tengo que voltear para saber que está ahí.Aidan Blackwood.El Alfa al otro lado de la puerta.O en este caso, al otro lado de mi patio trasero, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándome con esa mezcla de arrogancia y devoción que me desarma.Tomo aire y lo suelto lentamente.—¿Vas a quedarte ahí como un acosador o piensas decir algo?Aidan sonríe, y juro que el mundo entero
AidanNoelia huye de mí.Lo noto en cada movimiento suyo, en la forma en que su cuerpo se tensa cuando estoy cerca, en cómo sus ojos evitan los míos como si temiera que al mirarme demasiado tiempo pudiera perderse.Y tiene razón.Porque si se rinde, si me deja entrar, no habrá marcha atrás.Ella es miya.Lo supe desde el primer momento en que su aroma envolvió mis sentidos, desde que su mirada desafiante encendió algo primitivo dentro de mí.Pero sigue resistiéndose.Y eso solo hace que mi instinto quiera cazarla con más intensidad.Hoy no será diferente.Me acerco a su casa justo cuando el sol comienza a caer, cuando el mundo se tiñe de tonos cálidos y todo parece más vulnerable. Ella está en su jardín, regando las plantas como si no sintiera mi presencia, como si no supiera que la estoy observando.Pero la forma en que sus dedos se crispan en la manguera la delata.Sabe que estoy aquí.—¿Vas a quedarte ahí como un lobo solitario o planeas decir algo? —pregunta sin volverse.Sonrío.
Noelia—No puedes seguir apareciendo así, Aidan —digo, con los brazos cruzados, mientras lo miro desde la puerta.Él no se inmuta. Apoyado contra el marco con una expresión que mezcla desafío y deseo, me observa como si ya supiera lo que voy a decir. Como si mis palabras no significaran nada.—Puedo y lo haré —responde con calma, pero hay un filo de peligro en su voz—. Porque tú eres mía.Me tenso.—No soy de nadie.Su sonrisa es lenta, letal.—Esa es la mentira qu