Al escuchar estas palabras, el gran diente de conejo se enfureció al instante, su cuello se puso grueso por la ira. Mientras él se esforzaba para progresar, el otro lo maldecía y deseaba que fracasara. Con rabia, dijo entre dientes:

—¿Qué significa esto, Fergus? ¿Acaso debes maldecir a los demás solo porque tienes un talento excepcional y una gran fuerza?

Fergus resopló con desdén y respondió sin preocupación:

—¿No se permite decir la verdad en estos días? Si tienes las agallas, demuestra tu fuerza para refutarme. Desde que llegué aquí hasta ahora, ni siquiera has logrado romper una pequeña grieta. ¿Todavía tienes el descaro de interrogarme?

Estas palabras hicieron que el gran diente de conejo casi escupiera sangre de rabia. Mantuvo su cuello erguido y su pecho se agitaba con fuerza. Si no fuera por su sentido de la razón, sabiendo que retirar su ataque significaría que todos sus esfuerzos habrían sido en vano, estaría deseando girarse y pelear con ese tipo.

¡Aunque no pudiera ganar,