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En lugar de llamar, Natanael abrió la puerta y entró sin más. Nada más abrir la puerta, la música era ensordecedora. Sin embargo, me encantó. La última fiesta en la que estuve fue la del cumpleaños de Taylor y de eso hacía meses. Quiero a mis hijos con todo lo que hay en mí, pero a veces echaba de menos ser libre. El brazo de Natanael se deslizó desde mis hombros hasta mi cintura mientras maniobrábamos por la casa, en dirección a la cocina para tomar algo. La casa estaba abarrotada; la gente estaba desperdigada, jugando a juegos de beber y bailando.

—¿Quieres beber algo? preguntó Natanael, inclinándose y hablándome al oído para que lo oyera por encima de la multitud.

Asentí mientras un escalofrío recorría mi cuerpo ante nuestra proximidad.

Natanael me entregó una

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