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—¡Mirad, ahí está papá! — dije emocionada a mis hijos, usando la mano que sostenía a Caín para señalarlo.

—¡Papá! —, gritaron al unísono mientras nos dirigíamos a las gradas, haciendo que las pocas personas que estaban sentadas en las gradas viendo el entrenamiento nos miraran, dedicándonos pequeñas sonrisas.

Dejé a los niños delante de la pequeña verja que rodeaba el campo. Inmediatamente se aferraron a la verja, llamando a gritos a Natanael. Sonreí y les dije que se callaran, que papá estaba ocupado y teníamos que esperar a que terminara.

Mientras permanecía allí de pie, observando el entrenamiento del equipo, fui captando poco a poco la atención de algunos de los chicos. Natanael aún no se había fijado en nosotras, pero el chico qu

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