Una vez que Guadalupe tomó el ascensor, Derek salió de la oficina, había estado viendo por una rendija en la puerta entreabierta y se mordía las uñas por saber qué era lo que le decía a su novia, aunque no creía que ella hubiera descubierto que su asistente es la mujer que lo enamoró.

–Amor, ¿qué te dijo Guadalupe?

–Ella amablemente me ofreció quinientos mil dólares para renovar mi guardarropa a cambio de darle el nombre y la dirección de la mujer que amas.

–¿Cómo se atrevió a algo así?, cariño tienes todo bien; tu ropa, tu cabello, tu estilo, eres preciosa; además tu gran valor es ser una excelente persona, muy correcta y bondadosa.

–Ella en ningún momento me reconoció, obviamente no asoció a la mujer con el lujoso vestido, peinada, maquillada y con joyas que presentaste en la gala como tu novia, con esta chica simplona que trabaja contigo –dijo Clarice señalándose a sí misma.

–No te definas a ti misma como simplona mi amor.