Capítulo9
—Hoy no vino conmigo —dijo Julia sonriendo—. Yo vine fue con mi papá.

—Ya que es tanta casualidad, debe significar que estamos destinadas a ser amigas —agregó Julia sacando apresurada su celular—. ¿Y que si me das tu número?

Silvia aceptó encantada. Después de agregar sus contactos, el padre de Julia la llamó y se despidió.

Un mesero se acercó ofreciendo bebidas, pero Silvia las rechazó de inmediato. Todavía tenía fresca la experiencia de la última vez que bebió y no se atrevía a probar ni una gota de alcohol de nuevo.

—Este es vino de cereza, les gusta mucho a las chicas —dijo una voz suave a su lado.

Un hombre con traje gris plateado se había acercado sin que ella en ese momento lo notara. Sonriendo, la saludó:

—Te he visto sentada aquí por un buen rato. ¿Estás sola?

—No —se apresuró a responder Silvia, algo incómoda.

—No te asustes, no tengo malas intenciones —el hombre, evidentemente no creyendo su excusa, se acercó aún más—. Solo quiero hacer una amiga.

Cuanto más insistía, más sospechoso le parecía. Silvia se levantó apresurada:

—Lo siento mucho, tengo que irme.

El hombre frunció el ceño y le bloqueó el paso:

—¿Cómo te llamas...?

—¿Y a ti qué te importa? —la voz sombría de Óscar interrumpió.

Por primera vez, Silvia se alegró de ver a Óscar. Corrió rápidamente a su lado.

—¿Señor Navarro? —el hombre se sorprendió por un momento y luego sonrió nervioso— Lo siento, no sabía que era tu acompañante.

Óscar respondió indiferente:

—Lárgate de inmediato.

El hombre se fue asustado rápidamente. Cuando se fue, Óscar bajó la mirada hacia Silvia y habló sin emoción:

—¿Ya sabes que te vas a divorciar de mí y ya estás buscando al siguiente?

—¡No es así! ¡Él se acercó solo!

—Silvia, no tengo la costumbre de ser engañado. Si tantas ganas tienes de buscar a otros hombres, mejor apresúrate a divorciarte de mí.

Silvia se enfadó mucho:

—¡Ya te lo he dicho que no es así!

Óscar gruñó, sin dar crédito a sus palabras.

—Don Diego quiere verte, ven conmigo.

Si fuera otra persona, Óscar ni siquiera se molestaría, y mucho menos traería a Silvia para fingir. Pero don Diego era una persona diferente, era un respetado veterano en el mundo de los negocios que había ayudado demasiado a Óscar en el pasado.

Silvia caminaba al lado de Óscar y no pudo evitar decir:

—¿Por qué tú puedes utilizarme y yo no?

Óscar entrecerró por un momento los ojos, casi creyendo que había oído mal:

—¿Qué es lo que has dicho?

—Digo que eres irracional. No quieres mencionarle el divorcio a la abuela, así que me haces hacerlo a mí. Luego me culpas cuando no lo hago bien, y ahora que necesitas mi ayuda, ¡que me estas utilizando de nuevo!

Silvia reunió coraje suficiente y soltó todo de una vez. Después se arrepintió y se sintió insegura, bajando la mirada sin atreverse a ver la expresión del hombre.

Óscar se rió de la ira, repitiendo "bien" varias veces.

Miró a la persona frente a él como si la viera por primera vez. Parecía dócil, como un perrito inocente. Resultaba que todo era una simple actuación, en realidad era atrevida y mordaz.

Silvia se asustó un poco, sintiendo que había sido algo impulsiva. Suavizó su tono:

—No he dicho que no te ayudaré, pero ¿podrías hablar con mejor tono? Después de todo, eres tú quien me está pidiendo ayuda. ¿No es así?

—¿Qué quieres decir con mejor tono? —dijo Óscar con frialdad— No sé hacerlo.

Agarró la muñeca de Silvia con fuerza, haciéndola tropezar:

—Vamos.

¡En realidad no se puede razonar con este tipo de persona! Silvia rechinó los dientes internamente.

Uno con cara de pocos amigos y la otra con expresión de regañadientes, al fin llegaron frente a don Diego. Don Diego ya tenía más de 80 años, pero su rostro seguía sonrosado. Sin embargo, era un poco sordo y Silvia tuvo que repetir su nombre tres veces antes de que lo entendiera.

Les dio un largo discurso, básicamente diciéndoles que vivieran bien juntos. Silvia pensó que tal vez tendría mucho en común con la abuela.

—¡Óscar! —dijo don Diego en voz muy alta— ¡Debes tratar bien a Silvia!

Óscar sonrió y dijo:

—Lo sé.

Mentiroso, pensó Silvia para sí misma.

La verdad estaba parada allí sin expresión alguna, pero cuando don Diego la miró, al instante esbozó una sonrisa.

—Silvia, llévate bien con Óscar.

Silvia obedeció sonriendo. Óscar curvó ligeramente la comisura de sus labios, mirándola con desprecio.

*

Después de despedirse de don Diego, se fueron de inmediato. El chófer ya los estaba esperando en la puerta.

Óscar se sentó despreocupado en el asiento, sin la postura correcta de antes ni la agudeza de los negocios. Tenía los ojos ligeramente cerrados y el ceño fruncido, pareciendo estar algo incómodo. Su mano descansaba de forma aparente y casual sobre su rodilla.

Silvia lo miró por unos segundos y preguntó dudosa:

—¿Te... te duele la pierna?

Después de estar de pie tanto tiempo en la fiesta, seguro le dolería. El hombre frunció el ceño, pero no dijo nada.

Silvia no quería preocuparse por él y miró por la ventana. Pero tal vez por la costumbre de cuidarlo estos dos años, después de unos segundos no pudo evitar voltearse de nuevo y extender su mano hacia la pierna del hombre. Apenas lo tocó, él le agarró con fuerza la muñeca.

Óscar levantó perezosa la mirada, su voz con un toque de ronquera:

—¿Dónde estás tocando?

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