Capítulo6
Era la primera vez que Silvia ponía un pie en las oficinas del Grupo Navarro. A pesar de que Alberto trabajaba allí, se rumoraba que las normas eran bastante estrictas, y Silvia nunca se había animado a visitarlo por temor a causarle problemas.

Cuando Silvia le explicó el motivo de su visita, la recepcionista consultó primero su agenda con aire de profesionalidad:

—¿Tiene usted una cita programada?

Silvia negó al instante.

—Lo lamento mucho, pero si es asi en ese caso... —respondió la recepcionista con un tono desinteresado, sin mostrar mucha simpatía hacia Silvia. Ya había visto a cantidad de mujeres como ella, tratando de embaucar al presidente para escalar socialmente.

Silvia estuvo a punto de darse media vuelta e irse, pero recordó en ese momento que Marta había enviado un chofer especialmente para traerla, y ahora el hombre esperaba ansioso en la entrada para "informar sobre los resultados".

—De verdad conozco al señor Navarro, ¿no podría preguntarle? —insistió de nuevo Silvia.

La recepcionista esbozó una sonrisa condescendiente:

—Si realmente lo conociera, usted misma lo llamaría, ¿no cree?

Silvia se quedó sin palabras. La verdad, no tenía el número de Óscar. Mientras dudaba si irse o no, de repente escuchó que alguien la llamaba:

—¿Señorita Reyes?

Silvia vio a un hombre de mediana edad acercándose a ella y se quedó perpleja por un momento. Tardó unos segundos en recordar que era Antonio Gómez, el asistente de Óscar; lo había visto una vez cuando se casó con Óscar Navarro.

—¿Busca al señor Navarro? —Antonio le sonrió— La llevaré con él.

Silvia realmente no quería ir. Por lo tanto, le entregó lo que llevaba en la mano:

—¿Podrías llevárselo a Óscar por mí?

—Eso no estaría bien, mejor que vaya usted misma, señorita Reyes —dijo Antonio sonriendo.

Silvia, sin otra opción, tuvo que seguir obediente a Antonio.

Viendo las siluetas de los dos alejándose, la recepcionista palideció. Realmente conocía al señor Navarro...

Óscar acababa de terminar una reunión y todavía llevaba unas gafas de montura dorada. Estaba recostado de forma perezosa en su silla, con los ojos ligeramente cerrados, descansando.

Estos días había mejorado muchísimo y ya no necesitaba usar la silla de ruedas todo el tiempo, aunque tampoco podía estar de pie por largo tiempo. La empresa había estado muy ocupada últimamente, con varias reuniones importantes seguidas, y hasta él se sentía algo cansado.

Al oír un ligero ruido, levantó la mirada con pereza. Sus ojos se detuvieron por un momento y luego sonrió con sarcasmo:

—¿Aún te atreves a venir?

Silvia no se atrevió en ese instante a responderle. Con la cabeza agachada, dejó la fiambrera sobre la mesa y se dio la vuelta para irse.

—¡Detente! —el hombre habló con agresividad— Silvia, ¿realmente crees que tengo buen carácter?

Silvia se quedó rígida. Se mordió el labio:

—Señor Navarro, en realidad solo no quiero disgustar a la abuela, yo...

Antes de que pudiera terminar, sintió que alguien le agarraba con fuerza la muñeca. El hombre se había acercado sin que ella se diera cuenta, la agarró de la muñeca y la empujó con fuerza contra la puerta.

—No me vengas con esas excusas hipócritas —dijo Óscar con sarcasmo— ¿Crees que el puesto de señora Navarro vale más que un simple millón? Silvia, estás realmente muy equivocada.

Silvia no pudo evitar cerrar los ojos, sus pestañas temblando de forma violenta. Viendo a la persona asustada y encogida frente a él, Óscar se sintió cruel y dijo deliberadamente:

—Acabo de recordar, tu ex novio es empleado del Grupo Navarro, qué tal si lo llamo para que venga a ver cómo su ex novia seduce a otros por dinero, ¿eh?

Al escuchar las crueles palabras del hombre, Silvia no pudo evitar temblar. Viendo que el hombre realmente iba a buscar su teléfono, luchó en completo pánico:

—¡No!

—¿De qué tienes miedo? Alguien como tú, que solo ve el dinero, ¿también teme las miradas de los demás?

Óscar sacó lentamente su teléfono:

—¿Cómo es que se llamaba tu ex novio? Alberto algo...

Silvia sintió en ese instante que su corazón estaba siendo estrujado con fuerza, hubo un momento en que incluso dejó de respirar. Pensó que el tipo en realidad iba a hacer la llamada y se apresuró a detenerlo. Pero no esperaba que el hombre levantara la mano, y ella chocó justo contra el pecho de Óscar, sintiendo por un instante su dureza y calor, casi quemándola.

Toc, toc, toc. En ese momento, sonaron golpes en la puerta.

—¿Señor Navarro? —un empleado lo llamaba desde fuera.

Óscar bajó instintivo la mirada hacia Silvia, que estaba pálida, y curvó los labios:

—Perfecto, ¿no querías ser la señora Navarro? Te daré una oportunidad.

Agarró con fuerza la cintura de la joven, abrazándola en una postura muy íntima, mientras con la otra mano alcanzaba el cerrojo de la puerta...

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