Era la primera vez que Silvia ponía un pie en las oficinas del Grupo Navarro. A pesar de que Alberto trabajaba allí, se rumoraba que las normas eran bastante estrictas, y Silvia nunca se había animado a visitarlo por temor a causarle problemas.Cuando Silvia le explicó el motivo de su visita, la recepcionista consultó primero su agenda con aire de profesionalidad:—¿Tiene usted una cita programada?Silvia negó al instante.—Lo lamento mucho, pero si es asi en ese caso... —respondió la recepcionista con un tono desinteresado, sin mostrar mucha simpatía hacia Silvia. Ya había visto a cantidad de mujeres como ella, tratando de embaucar al presidente para escalar socialmente.Silvia estuvo a punto de darse media vuelta e irse, pero recordó en ese momento que Marta había enviado un chofer especialmente para traerla, y ahora el hombre esperaba ansioso en la entrada para "informar sobre los resultados".—De verdad conozco al señor Navarro, ¿no podría preguntarle? —insistió de nuevo Silvia.La
La puerta se entreabrió, sorprendiendo al empleado al ver que era el mismísimo jefe quien atendía. Con cierto nerviosismo, le extendió los documentos que traía consigo.El señor Navarro apenas abrió lo suficiente para tomar los papeles y cerró de un portazo. El empleado asustado, frotándose la nariz, dio media vuelta y se alejó a toda prisa.Dentro de la oficina, Silvia se encogía asombrada acuclillada junto a la puerta. En su muñeca se notaba una marca rojiza, testigo del forcejeo desesperado de hacía unos instantes. Sus ojos estaban algo enrojecidos, dándole un aspecto bastante lastimero. Óscar transformó su mirada, sus largas y rectas pestañas descendieron, y cuando habló, su voz no dejaba entrever emoción alguna:—Silvia, mi paciencia tiene límites, y no tengo tiempo suficiente para seguir dando vueltas contigo una y otra vez. Tampoco intentes hacerte la lista conmigo.-Cuando Silvia salió por la puerta principal del Grupo Navarro, el viento frío la golpeó y se dio cuenta de que e
Alberto alzó la vista, pero la entrada de la librería estaba desierta. No había ni un alma a la vista.—Vaya, ¿cómo se esfumó tan rápido? —comentó Julia, algo extrañada.Alberto sintió una inexplicable inquietud en su interior y frunció levemente el ceño, aunque lo disimuló bastante bien. Se limitó a responder con un simple "Mmm" y luego añadió:—Vámonos a casa.Mientras tanto, Silvia doblaba una esquina cuando de repente su celular vibró. Era una llamada de un número desconocido. Al contestar, escuchó la voz fría del hombre al otro lado de la línea.—¿Dónde estás?Silvia se quedó paralizada al instante, palideciendo sin querer. Óscar... ¿por qué la estaría llamando?—Estoy... estoy fuera —respondió Silvia con voz temblorosa.—Regresa —ordenó de inmediato Óscar con un tono que no dejaba lugar a discusión—. En un rato mandaré a alguien para que te entregue un vestido de gala. Esta noche me acompañarás a una recepción.Silvia estaba desconcertada. ¿No quería divorciarse de ella hace apen
—Hoy no vino conmigo —dijo Julia sonriendo—. Yo vine fue con mi papá.—Ya que es tanta casualidad, debe significar que estamos destinadas a ser amigas —agregó Julia sacando apresurada su celular—. ¿Y que si me das tu número?Silvia aceptó encantada. Después de agregar sus contactos, el padre de Julia la llamó y se despidió.Un mesero se acercó ofreciendo bebidas, pero Silvia las rechazó de inmediato. Todavía tenía fresca la experiencia de la última vez que bebió y no se atrevía a probar ni una gota de alcohol de nuevo.—Este es vino de cereza, les gusta mucho a las chicas —dijo una voz suave a su lado.Un hombre con traje gris plateado se había acercado sin que ella en ese momento lo notara. Sonriendo, la saludó:—Te he visto sentada aquí por un buen rato. ¿Estás sola?—No —se apresuró a responder Silvia, algo incómoda.—No te asustes, no tengo malas intenciones —el hombre, evidentemente no creyendo su excusa, se acercó aún más—. Solo quiero hacer una amiga.Cuanto más insistía, más so
Silvia abrió los ojos de par en par, sorprendida por un instante, y se apresuró a explicar:—Tu... ¿no te dolía la pierna? Iba a darte solo un masajito.En la penumbra del auto, la mitad del cuerpo del hombre quedaba oculta entre las sombras, haciendo difícil distinguir su expresión. Después de unos segundos que parecieron realmente eternos, se escuchó su risa casi que ahogada:—Aunque intentes a toda costa caerme bien, no te vas a quedar.Para Óscar, Silvia no era más que un simple estorbo, y los estorbos debían eliminarse cuanto antes."¡Malagradecido!" pensó Silvia, enfureciéndose. Intentó retirar su mano en ese momento, pero el hombre la sujetó con más fuerza. Su agarre era como hierro al rojo vivo sobre su muñeca, obligándola a mantener la mano sobre su rodilla.—¿No me ibas a dar un masajito? —dijo Óscar con los ojos entrecerrados— Ya ándale.Silvia estaba furiosa pero no se atrevía a decir nada en lo absoluto. Le lanzó varias miradas de enojo, pero en la oscuridad, el hombre no
Silvia bajó a la cocina, preparó una sopa y subió de nuevo. Tocó con suavidad a la puerta del estudio antes de entrar. Óscar estaba recostado con aire despreocupado en su sillón, revisando concentrado unos papeles. Al ver a Silvia, frunció el ceño.Con voz sombría le preguntó:—¿Qué quieres?Silvia colocó el tazón sobre el escritorio y dijo en voz baja:—El doctor dijo que después de despertar deberías comer principalmente cosas líquidas. Preparé un poco de sopa, ¿quieres probarla?El tazón sobre la mesa desprendía un vapor aromático, y un olor delicioso inundaba la habitación. El estómago de Óscar, algo resentido por el alcohol, pareció animarse un poco.Pero el hombre mantuvo su expresión sombría. Apoyando la cabeza en una mano, arqueó una ceja y sonrió levemente:—Los métodos de la señorita Reyes para agradar son bastante anticuados. Primero masajes, ahora sopa. ¿Qué? ¿Quieres acaso quedarte en los Navarro como sirvienta?Silvia sintió que su cara ardía, pero se obligó a hablar:—Se
Silvia apenas recordaba cómo había logrado salir del cuarto de Óscar. Sentía que todo su cuerpo temblaba sin cesar, hasta la punta de los dedos. El cheque, aunque era solo un simple pedazo de papel, le pesaba en el alma como si hubiera aplastado su dignidad.Su celular vibró de inmediato. Era Alberto llamando otra vez. Sintiéndose abrumada, Silvia contestó y comenzó a desahogarse:—Alberto, no vas a creer lo que él...—Silvia, ¿le pediste dinero a Óscar? ¿Si o no?¡Es urgente! —la interrumpió Alberto.Normalmente, al escuchar a Silvia angustiada, Alberto fingiría preocupación. Pero hoy era diferente. Los matones lo tenían contra la pared; si no conseguía la lana, estaba frito.—Mi amor, ¡mándame el dinero ya! —insistió Alberto con desesperación—. ¡Mi amigo necesita cerrar el trato ahorita o se nos va la oportunidad!Silvia se quedó helada, las palabras de Alberto cayendo sobre ella como un balde de agua fría. Con voz temblorosa, preguntó:—El proyecto, la casa...todo eso es más importan
Cuando Silvia salió de la habitación de Óscar, su cara aún ardía como si estuviera en llamas.Durante el desayuno, Marta lo notó asombrada y le preguntó:—¿Silvia, estás enferma? ¿Por qué estás tan roja? ¿Quieres que llamemos a un médico?Silvia respondió vagamente, deseando hundir toda su cabeza en el tazón. Óscar, el causante de todo esto, se recostaba perezoso en su silla, mirando a Silvia con una sonrisa burlona.Después de comer apresurada, Silvia corrió de vuelta a su habitación. Como se acercaba el cumpleaños de la abuela, Silvia estaba pensando en un bonito regalo. Los dos años anteriores, debido a la enfermedad de Óscar, la abuela no había tenido ánimos para celebrar, pero este año sería totalmente diferente, seguro harían una gran fiesta.Silvia no tenía mucho dinero, y Marta ya lo tenía todo. Después de pensar por largo rato, decidió tejerle una bufanda a la abuela.Había aprendido a tejer en la universidad y le había hecho una a Alberto, pero después de dos años sin práctic