El amor desenfrenado de mi esposo vegetal
El amor desenfrenado de mi esposo vegetal
Por: Rika
Capítulo1
El último día de Silvia Reyes como la señora Navarro había llegado.

Fiel a su naturaleza responsable, Silvia se levantó temprano, se alistó con esmero y agarró una toalla húmeda antes de entrar al cuarto de Óscar Navarro. En la espaciosa habitación, Óscar yacía inmóvil en la cama, su figura notablemente delgada.

Incluso dormido, sus rasgos atractivos eran evidentes: nariz perfilada, labios finos y un lunar bajo el ojo izquierdo que le daba un aire rebelde.

Silvia lo miró de reojo y empezó su rutina diaria. Con esmero, le limpió la cara y las manos, lo volteó y no dejó ni un solo rincón de su ancha espalda sin atender.

Óscar llevaba dos años en estado vegetativo tras un terrible accidente. Su abuela Marta, desesperada, siguió al pie de la letra el consejo de un brujo: casar a Óscar con una mujer de horóscopo compatible para atraer la buena suerte.

La oferta era tentadora: cincuenta mil dólares tras dos años de matrimonio, sin importar el desenlace.

Alberto Ruiz, el novio de Silvia y empleado del grupo Navarro, se enteró del asunto. Resultó que el horóscopo de Silvia era perfecto.

Lo que siguió fue un momento surrealista: Alberto, postrado de rodillas, le rogó a Silvia que se casara con Óscar.

—De todos modos, Óscar es solo un vegetal. Será como si fueras su enfermera por dos años. Además, Silvia, sabes que me tendieron una vil trampa y debo una fortuna en apuestas. Si no pago, iré directo a la cárcel. ¿Vas a dejar que arruine mi vida?

—Hazlo por mí, Silvia. Juro que no vuelvo a apostar. Confía en mí. Apenas te divorcies, ¡nos casamos de inmediato!

Silvia y Alberto se criaron juntos en el orfanato. Ella, enfermiza de niña, siempre contó con la protección de Alberto. Eran inseparables. Antes de caer en el vicio, Alberto era un chico brillante y prometedor. Se apoyaban mutuamente y compartían recuerdos hermosos. Silvia, con el corazón apachurrado, aceptó.

Al salir de la habitación por última vez, Silvia se detuvo junto a la cama y murmuró:

—Adiós, señor Navarro. Ojalá se recupere pronto.

Cerrando la puerta, Silvia sintió en ese instante cómo se le quitaba un peso de encima. Por fin era libre.

Bajando lentamente las escaleras, se topó con Rosa, la sirvienta, que llevaba la bandeja para alimentar a Óscar.

—Ay, señorita Reyes, hoy nos deja, ¿verdad?

Silvia esbozó una sonrisa y lo confirmó:

—Tranquila, Rosa. Vendré a visitarlos seguido.

Ya en la planta baja, mientras Silvia se alistaba para hacer las maletas, escuchó un fuerte alboroto arriba, como si algo se hubiera hecho añicos. Luego vio a Rosa bajando acelerada las escaleras como alma que lleva el diablo, gritando:

—¡El señor Navarro despertó! ¡Rápido, llamen de inmediato al doctor y a doña Marta!

La toalla se le resbaló de las manos a Silvia, que se quedó de piedra, con la mente en blanco.

¿El mismísimo día del divorcio y a Óscar se le ocurría... despertar?

*

Los días siguientes fueron un total caos. La casa se llenó de gente y los médicos prácticamente se mudaron para atender a Óscar.

Con tanto revuelo por el despertar de Óscar, nadie le prestaba atención a Silvia. Incómoda por todo esto, se refugió en su cuarto, obligada a quedarse un par de días más allí.

Varias veces intentó sacar el tema del divorcio con Marta, pero al verla tan feliz y ajetreada, las palabras se le atoraban con fuerza en la garganta. Al tercer día, un médico se le acercó:

—Señora Navarro, su esposo la solicita.

¿Esposo? A Silvia le tomó un segundo caer en cuenta de que hablaba de Óscar. A pesar de haberlo cuidado con gran esmero por dos años, en realidad eran dos desconocidos que jamás habían cruzado palabra. Saludó y siguió al doctor.

La habitación estaba en penumbras, con las cortinas corridas y solo una lámpara encendida. Óscar reposaba tranquilo en la cama, medio oculto entre las sombras, su expresión indescifrable.

Silvia titubeó un poco en la puerta. El Óscar despierto parecía otra persona, su sola presencia emanaba una energía intimidante.

—¿Qué esperas? Acércate —ordenó de repente con voz grave y rasposa.

Silvia dio un suave respingo y se acercó a paso ligero.

Con un miedo y nerviosismo que no lograba aún explicar, tartamudeó:

—...Señor Navarro.

Óscar alzó la mirada, escudriñándola detalladamente con frialdad. Conque esta era su famosa esposa de la "buena suerte".

Llevaba puesto un vestido azul sencillo que resaltaba su tez clara. Su cara denotaba timidez, con unos ojazos que a Óscar le recordaron al sumiso gato persa que tuvo de chico. Tenía que admitir que era bonita y se veía dócil.

Con razón su abuela cayó redondita ante esa hermosa carita de no romper un plato, contratando a una aprovechada para traer "buena suerte", que terminó siendo la señora Navarro por dos años.

Óscar estiró con cuidado el brazo, agarró unos papeles de la mesita de noche y se los pasó a Silvia.

—Dale una mirada a esto.

Silvia los tomó de volada y leyó el encabezado. Era un acuerdo de divorcio. Una oleada de alivio la invadió por completo y, como si le quitaran el mundo de los hombros, repitió varias veces:

—Claro que sí, señor Navarro. Sin problema.

Óscar esbozó una sonrisa torcida, complacido con su disposición. Después de dos largos años tirado en una cama, despertarse tan solo para enterarse de que tenía una esposa cazafortunas... Óscar solo quería sacarse ese clavo lo antes posible.

Respondió secamente:

—Entonces mañana mismo nos divorciamos.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo