“¡Diana!”.

Finalmente, Alan dijo con frialdad: “¿Admites ahora que te equivocaste?”.

Al decir eso, Alan no dejó de mirar lascivamente a Diana; era una mirada extraña.

Diana era famosa en la Secta de los Santos Sagrados como la diosa suprema. Todos los hombres estaban enamorados de ella, y Alan no era una excepción. Sin embargo, también tenía el mismo estatus que Diana cuando era el Maestro del Altar de Oro Ryukin, por lo que había una disputa entre ambos y Alan no había pensado demasiado en ello.

No obstante, las cosas habían cambiado; ahora se había convertido en el Santo Maestro de la Secta de los Santos Sagrados. Si quería conquistarla, primero debía mostrar su autoridad sobre ella.

¡Guau!

¡Todos en el salón miraron a Diana!

Su cuerpo se estremeció. La mirada de Alan hizo que se sintiera incómoda, pero se tranquilizó y habló suavemente: “Estoy confundida. No entendí lo que dijo el Santo Maestro; ¡por favor ilumíneme!”.

Diana reprimió el disgusto en su corazón.

Aquel hombre