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Horas después, exhausta, descubrió su destino. Zola había llorado cuando vio que Annie y Raymond venían a saludarlos. De todos los lugares en los que podría haberlos escondido, Raphael había elegido aquel en el que se habían reunido, donde ella había entendido cuánto significaba para él.

La cálida posada no había cambiado. Los propietarios habían sido informados. Lo que sorprendió a Zola. Raphael no podría haberles dicho nada, pero en cambio les contó su historia y la gravedad de la situación. La pareja de ancianos no había dudado ni un segundo en darles la bienvenida a la posada.

Annie sostenía a Sofia en sus brazos, cerca de la chimenea, cantándole una pequeña canción infantil. Abrazando su chaleco cerca de ella, Zola apoyó su hombro contra el marco de la puerta de madera, a

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