Carmen se quedó callada, con un rostro muy desagradable.Sergio se impacientó: — ¡Hace un frío terrible! ¿Van a seguir charlando al lado de la calle? Vámonos, subamos al coche primero.Sin terminar de hablar, se acercó a jalar mi puerta.Pero no pudo abrirla.— ¡María, abre la puerta! —me miró.Sonreí: — No tenemos prisa, esperemos un momento.Sergio quedó desconcertado y miró a sus padres.Mariano finalmente habló, pronunciando su primera palabra desde que me vio: — María, ¿vienes solo para burlarte de mí?Le respondí directamente: — Un poco. Quiero ver lo miserable que estás, para contárselo a mi mamá y que disfrute desde donde esté.Mariano se puso furioso, con el rostro completamente azul: — ¡Vámonos! ¡No le hagas caso! ¡Nos iremos en otro coche!Tiró de Carmen e intentó moverse.Al ver sus piernas casi arrastrándose, supe que estaba realmente enfermo. Le grité: — Si te vas, olvídate de pedirme dinero para tu tratamiento.Carmen inmediatamente lo detuvo.— Aguanta, ¡lo más importan
Estaba a punto de disculparme, pero Lucas me interrumpió: — María, ¿cuándo aprenderás a avisarme antes de hacer algo? Habíamos quedado en que este fin de semana te recogería para ir a casa de los Montero.Respiré profundamente y expliqué con calma: — Te llamé anoche, no me devolviste la llamada, esta mañana te envié un WhatsApp y tampoco respondiste...— Lo siento, anoche estaba en una reunión de trabajo, me emborraché, acabo de despertar y apenas vi el WhatsApp te llamé...Me detuve, sin saber qué decir.Así que se había emborrachado, por eso su voz sonaba ronca.El taxi pitó y cambió de carril, así que tuve que ser breve: — Hoy no puedo ir, si lo consideras necesario, podemos ir mañana.Arranqué el coche, siguiendo la ruta del taxi.Hubo un silencio, y luego su voz recuperó el tono dulce de siempre: — María, ¿estás enojada?Fruncí los labios, sintiéndome de repente herida.Como tenía que conducir, contuve mis emociones y respondí con sinceridad: — Un poco... Sé que ayer estabas enoja
— ¿Por qué? ¿Al ce...?Carmen no terminó de hablar, parecía que le habían quitado el teléfono. Luego llegó la voz de Mariano, muy enojado: — ¡María! ¿Estás tan ansiosa por verme muerto que ya me traes al cementerio? ¡Te advierto que tengo vida para rato!Reí: — No te apresures, ya veremos qué tan fuerte eres cuando lleguemos.Deseaba que fuera lo más resistente posible, o este juego de venganza sería muy aburrido.Colgué el teléfono, pensando que eran muy ingenuos.¿Realmente creían que los llevaría al cementerio por pura devoción?¡Qué sueñen!Un padre tan despreciable, que incluso muerto, esparcir sus cenizas en el mar contaminaría el agua y dañaría la vida marina.¡E incluso imaginaba que yo pagaría por su tumba!Media hora después, llegamos al cementerio con dos coches.En cuanto bajamos, Carmen empezó a gritarme, los tres quejándose y insultándome sin parar.No les presté atención, hablé con el taxista y le di 200 dólares para que me acompañara al cementerio —le pagaría el viaje d
Siempre dicen que el matrimonio es donde muere el amor. Pero bueno, mejor terminar en una tumba digna que abandonado en medio de la nada.Me pasé más de dos meses cosiendo sin descanso hasta que por fin terminé mi vestido de novia con mis propias manos.Cuando lo miraba bajo la luz, su elegancia y blancura me dejaban sin aliento, brillando de una manera que me robaba el corazón.No podía evitar sonreír hasta en sueños imaginándome caminando hacia el altar, con mi vestido, hacia el hombre que amaba.Seis años habían pasado, desde mis diecinueve hasta mis veinticinco, y por fin mi historia de amor iba a tener su "final feliz".Pero al despertar, toda esa felicidad se esfumó como si nunca hubiera existido.—María, esta mañana el señor Martínez vino al taller y se llevó el vestido de novia, ¿está en tu casa? —me preguntó Rosa, mi asistente, con tono extrañado.Todavía medio dormida y confundida, le respondí: —¿Antonio se llevó mi vestido?—Sí, ¿no estabas acaso enterada?—Dame un momento,
Pensé que se enojaría y me acusaría de ser una aprovechada, pero solo hizo una breve pausa y dijo:—Bien, nos vemos en la noche.Hace tres años fundamos juntos una marca de ropa —CHEZ MARÍA Alta Costura— que ahora está en pleno auge. En ese entonces Antonio puso el capital y yo me encargué del diseño. Para mí fue como ganarme la lotería sin comprar boleto.La compañía está valorada en cientos de millones y lista para cotizar en la bolsa, con un futuro financiero prometedor. Sin embargo, él está dispuesto a cedérmela solo para estar con Isabel. Parece que ellos sí son el verdadero amor.Me levanté apresurada y al ver todos los artículos de boda dispersos por la habitación, sentí fuertes náuseas. Quería prenderles fuego. Llamé a unas personas para que empacaran todo lo relacionado con él en esta casa.¡Qué alivio! Menos mal que insistí en esperar hasta la noche de bodas, si no también habría perdido mi dignidad. ¡Qué asco total!Después de que arreglaron la casa, me cambié de ropa y me m
Después de decir esto, le arrojé el acuerdo a la cara y me levanté furiosa para echarlos:—Necesito descansar, lárguense... Ah, y llévense toda su basura.No podía creer que el hombre que amé desde los dieciséis años, durante ocho años, con quien salí por seis... ¿cómo hasta ahora veía su verdadera cara?Debería agradecer a Isabel, de lo contrario me habría casado con este hombre hipócrita y repugnante. ¡Qué desgracia en realidad habría sido mi vida!Marta, enfurecida por mis palabras, se levantó:—María, ese es tu problema, ¡eres demasiado temperamental! Mira a Isabel, tan dulce y educada, siempre tan respetuosa conmigo...Conteniendo la náusea que me producía, vi pasar a mi perro por la sala:—¡Puppy, muérdelos!—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! —Puppy obedeció y se lanzó arrebatado contra ellos ladrando.—Tú... tú eres... —Marta palideció de rabia mientras Antonio la ayudaba a retroceder.—María, ¡te pasaste de la raya! ¡Me equivoqué contigo! —me miró Antonio como si fuera una extraña.Sonreí c
Antonio permaneció rígido, sin decir palabra.—Por fin dices algo sensato —alzó la voz Carmen—. Somos familia, ¿no es natural que una hermana le ceda algo a su hermana menor? Considéralo como tu regalo de bodas.Solté una risa sarcástica y, mirando despectiva a mi madrastra, dije con fingida dulzura:—En ese caso, tendré que añadir otro regalo.—¿Qué regalo? —preguntó ansiosa Carmen.—Una corona de flores negras, como las que se usan en los velorios —respondí—. Para adornar el altar de la iglesia.—¡María! —Carmen palideció de rabia, mirándome sin poder articular palabra.—Solo sigo las tradiciones —continué con dulzura venenosa—. En los pueblos antiguos, cuando una mujer robaba el prometido de otra, la gente dejaba flores negras en su puerta como señal de luto por su honor perdido. Como hermana mayor, mi regalo es perfectamente apropiado según las costumbres ancestrales.Mi argumento era tan impecable que no pudieron encontrar fallas, quedándose mudos de frustración.Era como con los
Me reí con amargura mientras miraba el tráfico en la calle. Esperé a que mi mente se calmara un poco antes de voltear a decirle con ironía:—Antonio, no soy un centro de reciclaje. No importa cuánto te haya amado antes ni cuánto haya sacrificado por ti. Desde el momento en que decidiste traicionarme, dejaste de merecer mi amor.Me di la vuelta en ese momento para irme, pero no pude contenerme más y volví a mirarlo, señalándolo:—Aunque fueras el último hombre sobre la tierra, jamás volvería a mirarte. Realmente, me das asco.Quizás mi actitud tan definitiva lo hirió, porque de repente se acercó y me agarró, suplicando:—María, yo te amo. Estos seis años juntos están grabados en mi corazón, nunca los olvidaré. Pero Isabel se está muriendo, es tan triste y miserable todo esto... solo tiene este pequeño deseo antes de morir...—¡Suéltame!—María, te juro que cuando Isabel...No lo dejé terminar esas palabras desagradables y le di otra bofetada en la otra mejilla. Ahora sí estaba simétrico